¿POR QUE ESTAMOS EN CRISIS?
No crean que yo he
venido
a traer la paz al mundo;
no he venido a traer
paz,
sino guerra.
He venido a poner al
hombre
contra su padre,
a la hija contra su
madre
y a la nuera contra su
suegra;
de modo que los
enemigos de cada cual
serán sus propios
parientes.
Mateo 10: 34-36
Estas palabras del Cristo pueden parecer una
contradicción a su mensaje de paz contenido en el evangelio. El hombre ha
vivido y vive en conflicto; la guerra, la violencia, los conflictos sociales,
familiares e individuales, están a la orden del día. Frente al conflicto y la
crisis mundial, que abarca los tópicos del conocimiento, la economía, la
política, la religión, el arte, y otros campos del acontecer humano, el hombre
trata de encontrar soluciones a través de líderes, religiones, movimientos o
grupos de personas. Sin embargo, aunque existen en la actualidad organizaciones
mundiales de amplia trayectoria y de gran recorrido de tradición, la guerra
sigue siendo el pan de cada día para los seres humanos. ¿Por qué vivimos en
conflicto? ¿Por qué el Divino Maestro de la Luz, profetizó la guerra entre los
hombres desde hace más de 2000 años? Porque la paz es interior; la paz no está
dada por las condiciones externas sino que llega, únicamente, cuando el hombre
se ha mirado interiormente y se ha liberado por voluntad propia de sus bajos
sentimientos, acciones y pensamientos.
La mayoría de los seres humanos desconocen la razón
fundamental del conflicto y de la guerra, debido a que se ha dado más importancia
a los valores materiales que a los espirituales y nuestra consciencia está
sumida en el afán de la satisfacción o de la sobrevivencia. Aparentemente,
vemos en el mundo una gran cantidad de injusticias: hambre, catástrofes,
crímenes, asesinatos, despotismos, enfermedades aparentemente inmisericordes a
las que no se les encuentra una cura, etc. Ante esto, muchos seres humanos
levantan sus ojos al cielo y preguntan a la Divinidad el por qué de tanta
injusticia, bien en su vida familiar o en la colectividad. En muchas de las
ocasiones, tratamos de encontrar un culpable afuera y levantamos nuestro dedo
acusador para señalar al causante de nuestros infortunios. Entonces señalamos a
los directores, a los políticos, al presidente, al ejército, a la guerrilla, a
los paramilitares, a los malévolos, a las ideologías, a los movimientos, a las
otras naciones, al capitalismo, y hacia ellos enviamos todo nuestro juicio y
junto con ello, todas nuestras emociones de odio y antagonismo. Sin embargo,
encontrar al “culpable aparente”, no moviliza las fuerzas de paz y seguimos
peleando por las cosas, por la gente y por las ideas. Si nuestros esquemas
religiosos se hacen políticos, tampoco son suficientes para explicar la
situación de la guerra y siendo que todos buscan la convivencia pacífica,
entonces tenemos que reconocer que hay algo que nosotros no estamos teniendo en
cuenta; algo que no conocemos o que no reconocemos.
Debemos comprender de alguna manera cómo funciona el
Universo del cual hacemos parte, para poder entender el proceso del conflicto
¿Es la guerra una desgracia que nos llega sin causa justa, debida al azar o a
la mala fortuna? ¿Acaso proviene de un Dios injusto? Si creemos que es por el
azar, tendríamos que concluir que Dios, la Vida Universal, juega a los dados
con el mundo, o reconocemos simplemente, que no es injusto y que la
Inteligencia que creó un Universo con tantas maravillas de perfección, no puede
haber descuidado los acontecimientos humanos y que detrás de todos hay una
justicia y una búsqueda de perfección. Entonces, tenemos que reconocer que
deben existir leyes que gobiernan las circunstancias y permiten el
funcionamiento de los acontecimientos y la precipitación de los sucesos. Esas
leyes son: la de Consecuencia, llamada también Ley de Causa y Efecto y la de
Reencarnación, las cuales nos permiten entender de una manera más clara, el
fluir de los acontecimientos sin ese sabor de injusticia. Debido a esas leyes,
cada acontecimiento o suceso que se da en el presente, es el resultado de una
causa anterior o de una vida anterior. Todo pensamiento, sentimiento, fuerza
vital o acto que se ejecuta en una vida determinada, produce un efecto
posterior de la misma naturaleza de la simiente que se siembra. Recogemos los
frutos que sembramos en el pasado; la siembra es voluntaria y luego retornamos
en otra vida para una cosecha obligatoria. Por el funcionamiento de esas leyes,
nuestro Espíritu nos enfrenta a los efectos de las acciones pasadas, con el fin
de aprender lo que desconocemos, desarrollar las virtudes que nos faltan,
borrar los defectos y lo negativo que atesoramos, y equilibrar las fuerzas que
hemos despertado y nos mantienen atados a los mundos inferiores de consciencia
y a otros seres.
Ahora bien, todo conflicto externo refleja una batalla interior
que se ha gestado desde el pasado y no se ha podido solucionar. Si estamos en
desorden en nuestro interior tendremos desorden a nuestro alrededor, si tenemos
odio en nuestro interior, tendremos odio a nuestro alrededor, si tenemos
confusión en nuestro interior, veremos confusión a nuestro alrededor. Cuando
los conflictos entre varios individuos son semejantes, entonces tendremos
condiciones externas similares, tendremos desastres colectivos como guerras,
catástrofes, epidemias, hambrunas, carencias extraordinarias, que afectan a
toda una población, una nación o al mundo entero. Pero solamente nos hacemos
conscientes del problema de la guerra, cuando nos viene a nuestra vida, en el
momento de poner en evidencia nuestro conflicto interior y esto no debería ser
así, pues el problema del mundo es también de cada uno de nosotros. Vivimos en
una colectividad diseñada para un proceso, y como parte de ella, cualquier
conflicto que se genere, es parte de nosotros mismos también. Si queremos una
solución real al conflicto de la guerra debemos romper la ilusión de la
separatividad y tener la certeza de que lo que beneficia o daño a uno, también
daña o beneficia a toda la humanidad. Somos una unidad llamada humanidad, que
es una expresión de la Divinidad misma. Solamente si comprendemos esto muy
seriamente, podemos hacernos partícipes activamente del problema de la crisis
mundial. Mientras lo consideremos como algo que no nos corresponde a nosotros,
no podremos participar y dar una ayuda real al problema de nuestras propias
vidas personales.
Ante el problema de la violencia se
han buscado múltiples soluciones con el objeto de modificar únicamente las
condiciones externas. Se han fundado sistemas políticos que buscan la igualdad
económica y sistemas religiosos que dictan códigos, normas y leyes, y se han
creado diferentes sistemas de organización de las colectividades y las
sociedades, pero la guerra sigue. Mientras el individuo que conforma las
instituciones no cambie, llevará a ellas sus propios conflictos y éstas estarán
viciadas. La corrupción, la hipocresía, el no revisar el mundo interior, hace
que no se limpien las instituciones y ellas, por grandes e internacionales que
sean, no van a traer la paz. En la mayoría de los estados del mundo la política
y la religión van de la mano, están aliadas. La religión hace parte de los
asuntos políticos y los asuntos políticos tratan con los asuntos religiosos.
Pero como la religión y la política están viciadas, se hacen tolerantes entre
sí con cosas incorrectas; esto ha ocasionado una pérdida de fe en las
instituciones. Esto, sin embargo, tiene algo de bueno, porque al perderse la
fe, el individuo tiene que ir a confiar en un Dios más cercano, en uno que
encuentra dentro de sí mismo. El problema requiere un cambio radical, no de
leyes, ni de normas, porque existe aún la gran tendencia a infringirlas en la
primera oportunidad y, además, todo obrar que se da por coacción, no
corresponde a algo que se ha madurado en el interior. Las leyes coaccionan a
los individuos por medio del temor al castigo, a la muerte, la condenación
eterna, o por el ofrecimiento de promesas políticas o de prebendas religiosas.
Hemos de hacernos conscientes realmente de que las catástrofes y la miseria,
llegan a nuestras vidas cuando olvidamos nuestras verdaderas obligaciones y los
valores mundanos predominan sobre los valores internos. Y aunque para muchos es
muy importante Dios y los valores fundamentales y espirituales, no basta sólo
con creer en ellos para que la paz exista, sino que se debe obrar en forma
consecuente con las creencias. El único cambio real se logra mediante una
comprensión dada por la autoindagación; la comprensión no es un proceso
intelectual ni tampoco emocional. Si el individuo rige su vida únicamente por
la razón se vuelve un ser frío, sin amor; si rige su vida solamente por la
emoción, se llena de sentimentalismo con enamoramientos y temores. La
comprensión es la fuerza real, es la voz del Espíritu, y nace de un proceso de
entendimiento y de alerta persistente, donde se junta la fuerza del amor, con
la de la inteligencia espiritual. Es un proceso que nadie puede hacer por
nosotros, es único e individual. La comprensión no se logra mediante la
evasión, ni con el liderazgo de alguien, pues nadie puede llevarnos a la paz.
Todos formamos parte de una sociedad y
ésta es una proyección de los individuos que la conforman. El individuo
construye una sociedad de acuerdo a como siente y piensa, más que como actúa,
porque la acción es el resultado del pensamiento y del sentimiento; si la
sociedad está en caos, es porque el individuo está en crisis. Es conveniente
considerar tres factores en los cuales el individuo mantiene ocupada la mente y
los sentimientos: las cosas con las cuales se relaciona para vivir,
sobrevivir o satisfacerse; las personas con las cuales entra en
convivencia, y las ideas, con su conjunto de dogmas, convicciones,
creencias y el pensamiento de los demás. Si se logra que en esas tres
relaciones, el individuo no tenga conflicto, entonces no habrá ningún caos en la
sociedad; no existirán epidemias, ni catástrofes, ni calamidades, puesto que
los acontecimientos obedecen a la Ley de Causa y Efecto y son la precipitación
de nuestras formas de pensamiento y sentimiento.
En cuanto a la relación con las
cosas es necesario diferenciar muy bien si existe una necesidad real de las
mismas o si se depende psicológicamente de ellas. Nuestras necesidades básicas
fundamentales son tres: el alimento, el vestido y el albergue. Ellas son
indispensables para alimentar nuestro cuerpo, cubrir nuestra piel y
proporcionar un techo donde dormir. Sin embargo, se han convertido en fuente de
vanidad. Comemos alimentos sofisticados y que complican nuestra vida, vestimos
prendas costosísimas, estrafalarias y de marca, y dormimos o queremos dormir,
en suntuosas mansiones y palacios. Cuando las cosas se convierten en objetos de
orgullo y vanidad, empezamos a depender psicológicamente de ellas, pues se
vuelven una necesidad en la mente, no en la realidad. ¿Y por qué nos apegamos y
dependemos psicológicamente de las cosas? Sencillamente, porque somos pobres
interna y espiritualmente y tratamos de encubrir esa pobreza del ser, con
cosas. Por las cosas hemos aprendido a mentir, engañar, defraudar, batallar,
competir y nos destruimos unos a otros, ya que las cosas representan medios de
obtención de poder. Si no se cambia internamente, aunque a cada persona se le
repartiera dinero, casa, vestido o alimento en forma equitativa, los individuos
buscarían otras formas de adquisición de poder, figuración, dominio y opresión,
e igualmente sobrevendría la guerra. ¿Por qué fracasaron los esquemas
comunistas? Sencillamente porque no trasformaron a los hombres y porque la
felicidad no está en las cosas, ni en la organización, ni en los sistemas, sino
en las emociones y los pensamientos del individuo.
En la relación con los demás, tenemos dependencia
unos de otros, económica o psicológica, para la propia satisfacción, seguridad
y tranquilidad. La relación de dependencia coarta la libertad de los individuos
y cuando se acosa al otro y se le exige la satisfacción de una necesidad, se
generan miedos y el miedo genera reacciones y las reacciones colocan en
nosotros máscaras de agresión y éstas generan la violencia, el odio y la
guerra; este es el origen del conflicto y del sufrimiento en las relaciones con
los demás. Por otro lado, en la mayoría de las relaciones las personas viven
pendientes del actuar, sentir y pensar de los demás. El asunto no está en tener
presente al otro, sino en tenernos presentes a nosotros mismos, a través de una
vigilancia constante de nuestros pensamientos, sentimientos y reacciones, para
que ellos no generen violencia. No se trata de reprimir los instintos,
sentimientos y las fuerzas, porque la represión genera más violencia. Si
nuestros instintos y reacciones están a flor de piel no pueden ser reprimidos porque
tarde o temprano estallarán y causarán un desastre mayor. Así que no es a
través de la represión, del miedo o la coacción como lograremos mejorar
nuestras relaciones. Muchos creen que se podrían superar por medio del
desarrollo de virtudes y hay también existe un peligro. Si nosotros cultivamos
solamente la bondad y la generosidad sin comprender la codicia, solamente
estamos perpetuando la ignorancia y la crueldad porque la codicia sencillamente
no se va a morir. Si nosotros cultivamos el perdón y la compasión sin
comprender integralmente el problema de la convivencia, de la dependencia y del
apego, nosotros sólo llegaremos al aislamiento. La virtud no es algo que viene
de afuera, ni es una iluminación momentánea, ni producto del intelecto, de la
bondad ni del sentimiento; una virtud verdadera surge espontáneamente de la
vigilancia permanente de las acciones, sentimientos y pensamientos, mediante el
cuestionamiento de las verdaderas intenciones, motivos y objetivos de todas las
fuerzas que se generan. Las virtudes que se cultivan no son virtudes porque son
solamente máscaras de represión que oprimen y ocultan nuestras verdaderas
emociones, intenciones y pensamientos. El diamante de la santidad no se pule
por fuera sino por dentro.
El tercer punto es el de los pensamientos
y las ideas. La vida actual se rige por dogmas, esquemas, sistemas
políticos y religiosos, que son seguidos a fe ciega por los individuos,
impidiendo el libre movimiento natural del proceso evolutivo. Cuando esto
sucede, la creencia se cristaliza y genera corrupción y la corrupción genera
violencia, pues el individuo se fanatiza y trata de defender las ideas en las
que confía, creyendo que son las únicas y verdaderas. Así, menosprecia a los
demás generando una de las mayores causas de separatismo. El hombre debe
comprender que existen muchos e infinitos modos de comprender la realidad del
mundo, los cuales generan distintas maneras de pensar, diferentes concepciones
y esquemas. Pero lo importante no son las religiones, los idiomas, ni los
esquemas, sino la esencia primordial de los mismos. Si nosotros discutimos por
palabras, por términos, opiniones, ideas, religiones o por dogmas y
contradecimos el pensamiento de otros, aunque estemos en libertad de hacerlo,
eso no debe generar conflicto. Muchas veces el conflicto no lo genera quien
expresa su desacuerdo, sino el que se siente ofendido porque el otro no
comparte sus creencias ¿Por qué existe ese afán de defender cosas, ideas,
ideologías, razas y banderas? Defendemos lo que creemos, tenemos y pensamos
porque eso nutre la vanidad de nuestra personalidad y esto llena el vacío
interior de nuestra pobreza espiritual, pues carecemos de valores reales,
buscando entonces los artificiales. Usamos etiquetas, trajes extraños,
emociones prestadas y triunfos de otros, para pretender ser grandes. Para poder
vencer esa tendencia al automatismo mental, al condicionamiento y al fanatismo,
es necesario abrir una puerta de tolerancia al conocimiento de todos los
esquemas y los movimientos mundiales. Debemos dejar de ser ciudadanos de un
pueblo, de una nación, para ser ciudadanos de la tierra y nuestra religión ha
de ser la de hacer el bien.
A modo de resumen, en la relación con
las cosas debemos evaluar, si las que tenemos y deseamos, son realmente una
necesidad o la búsqueda de un placer, con el fin de llenar un vacío interior.
Ante la convivencia con la gente debemos reconocer la relación de dependencia y
de apego que se tiene, y en cuanto a las ideas hemos de aclarar completamente
nuestra mente consciente, a través de la observación permanente, para revisar
nuestros dogmas y creencias y ver si son reales o heredados; si somos
imitadores de pensadores o pensadores, y ver si aquello que imitamos pertenece
a nuestra real condición o lo estamos siguiendo a ciegas. De esta forma
iniciaremos más fácilmente el proceso de transformación interna, el cual
implica una revolución interior.
Revolución viene de revolver, es decir
de mezclar todo lo acumulado o que ha sido oculto por la represión de muchos
años, dogmas y condicionamientos. Solamente si nos limpiamos por dentro,
ofreceremos cosas buenas a la sociedad; no habrá lujuria, pereza, gula,
evasión, codicia, ni deseo de imponerse a otros. Cuando todos hagamos el
proceso de limpieza interior, la sociedad será el producto de la belleza, la
bondad, la justicia, la verdad y la libertad; no habrá leyes que nos coaccionen
y sólo así se acabarán las crisis y las guerras mundiales que impiden alcanzar
la tan anhelada Fraternidad Universal.
José Vicente
Ortiz (A.K.)
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