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lunes, 25 de noviembre de 2013


EL SUFRIMIENTO:
UNA TORTURA DE LA MENTE

                  


Una de las características de la humanidad presente parece ser el sufrimiento. Este estado se asocia directamente al dolor físico o emocional. El primero aparece como resultado de un daño funcional o estructural del cuerpo, ya sea por agresión, accidente o enfermedad. El segundo, del que nos ocuparemos en este capítulo, se presenta cuando no hay una plena aceptación de la realidad.

Sufrimos por causas diversas: si las cosas no resultan según lo planeado, porque las personas no son como deseáramos que fueran, por los acontecimientos mundiales en crisis, si otros sufren, porque somos diferentes de otros, por temor al futuro etcétera. Cualquier cosa que rompa el estado de tranquilidad nos genera una incomodidad tortuosa, y nos aleja del esquema de la felicidad.

Pero, ¿en realidad los acontecimientos son los que generan el sufrimiento? Desde luego que no. Los hechos y las cosas se dan y están, en el lugar correcto, y de la manera correcta. No son ni buenos ni malos, simplemente son. La tortura se genera por la resistencia a que suceda lo que el Universo está permitiendo que ocurra. El sufrimiento se da porque el hombre espera que ocurra algo diferente a la realidad, y esto es debido a nuestra mala costumbre de hacer planes, de idealizar, de adelantarnos al futuro y además, en soberbia actitud, de creer que las cosas se darán exactamente como las pensamos. 

Hemos sido adiestrados desde niños para confiar en que podemos hacer todo lo que se nos antoje. Se nos ha enseñado a soñar y a tener fe en que nuestros planes se realizarán fácilmente, en el tiempo y lugar calculados por nuestra mente. Pero poco a poco la vida se encarga de mostrarnos que las cosas no suelen salir como las planeamos. Entonces, el soñador experimenta un sentimiento de frustración, que le conduce a un dolor psicológico. Se entristece, se deprime, se enoja a veces, se rebela, se resiente contra la vida o contra Dios, se amarga, se resiste a aceptar la realidad. Ese estado es el sufrimiento. Bajo esta condición, el ser humano se cree víctima de las circunstancias, de un destino implacable, de una injusticia. Muchas de las veces trata de encontrar un culpable o de culparse a sí mismo. Por todos los medios posibles su mente se resiste a aceptar lo que ocurre. Con gran soberbia, cree que, en su caso personal, ha habido un error que fue pasado por alto por la Inteligencia Universal. Muchas veces acude a la súplica, a la oración, como medio de que se subsane la falla, intentando que las circunstancias cambien milagrosamente. Muy pocos aceptan la realidad en forma inmediata, lo cual sería lo más sensato.

El sufrimiento es un estado de la mente, una actitud de rebeldía, de negación, de no aceptación, de soberbia, frente a una realidad precipitada por la Divina Inteligencia. Lo más cuerdo sería reconocer que no hay error y que lo que ha sucedido es lo correcto. Si tuviéramos siempre esta visión, aprenderíamos muchas cosas acerca de los ciclos cósmicos, y de la ley de causa y efecto, y no habría sufrimiento. Pero el ser humano hace cientos de planes, tiene miles de anhelos, sin contar con la multiplicidad de fuerzas que son necesarias para la precipitación de un acontecimiento dado. 

Constantemente sufre porque se ve frustrado en sus intentos por controlar la sucesión de los hechos; padece si no puede dirigir a la naturaleza, se aflige por no poder controlar las vidas de los demás o porque los demás sufren. Y además, no contento con atormentarse por el presente, al tener la experiencia de varias frustraciones, se llena de miedos hacia el futuro y sufre adicionalmente por ello. Y como si fuera poco, al recordar aquellos eventos fallidos, que aún no digiere, se atormenta por el pasado, creando una cadena de amarguras, que finalmente le hacen creer que el sufrimiento hace parte de la vida humana, y que es alguna especie de castigo divino, por pretender algo de lo cual no es merecedor, o comienza a pensar que la justicia divina no existe, y entra en crisis existencial.

Pero, no es tan fácil dejar de sufrir por el mero hecho de adquirir la comprensión intelectual de que todo está bien. Lo que sucede es que menospreciamos el poder del condicionamiento al que hemos sido sometidos desde el nacimiento. Nuestros archivos están  llenos de planes, de imágenes visualizadas, de deseos por satisfacer, de idealizaciones, de conquistas y quimeras, y de las órdenes a ser ejecutadas al respecto.

No quiere decir lo anterior que no nos sea dado soñar. Hemos adquirido la facultad de hacerlo y esto de hecho no es un error. Lo incorrecto es tomar esa actitud soberbia que nos hace creer que somos unos expertos en manejar los ciclos y fuerzas cósmicas, para controlar los sucesos. Lo inexacto es suponer que nuestra inteligencia manifestada pueda ser superior a la Inteligencia Universal. En realidad podemos seguir soñando, si así lo deseamos, pero con una actitud diferente. Los sueños, los anhelos, las visualizaciones, son semillas de futuros acontecimientos, pero hemos de aprender que así como las semillas necesitan de ciclos de desarrollo, de una tierra que las sustente, de la calidad del terreno, del clima y otras condiciones de la naturaleza, nuestros sueños requieren de ciertas condiciones especiales y de algunas fuerzas para su precipitación, que aún desconocemos o no controlamos. El hombre puede fantasear lo que quiera, pero nadie le garantiza la realización exacta de sus sueños programados, para un tiempo específico, por el mero hecho de hacerlo.

No obstante, el sufrimiento no puede considerarse como un error, pues todo en la vida tiene un sentido, un objetivo práctico. Recordemos que el dolor es uno de nuestros tres caminos de aprendizaje. El que sufre quebranta su soberbia, templa su alma, y finalmente comprende que la sabia Vida Una tenía razón, y que todo ha ocurrido de la manera correcta, para su propio bien. El que se atormenta aprende muchas cosas en medio de su penuria mental. Se hace sensible, como una cuerda que se templa para ser utilizada como fuente sonora, y aprende a mirar otras opciones, cuando la vida se opone a sus propósitos.

Uno de los mayores obstáculos para la aceptación de una realidad, que frustra un plan, es el vicio mental de compararnos con otros. Casi siempre, debido a esta mala costumbre, surge en el que sufre la pregunta: ¿Por qué a mí? ¿Qué hice yo o qué hizo aquel para merecer esta suerte? La mente se tortura a sí misma, creyendo que si hubiera una respuesta satisfactoria, la amargura cesaría de inmediato. Pero casi nunca una mente soberbia obtiene esa respuesta, la cual de hecho existe, pero tal vez lejos del alcance de quien no comprende los complejos caminos de la Inteligencia Universal. 

La resistencia frente a la realidad da lugar a un estado de tensión del sistema nervioso, el cual bloquea la capacidad para comprender claramente. La aceptación, en cambio, relaja la mente, y permite observar notoriamente aquello que la naturaleza desea enseñarnos, o de lo que quiere protegernos al impedir la realización de nuestros deseos.

La Vida Universal suele prevenirnos acerca de ciertos caminos que no son los mejores para nosotros. Con frecuencia nos avisa mediante pequeños obstáculos, los cuales van impidiendo el fluir de las cosas debidamente, pero solemos estar muy empecinados y tan enfocados en la meta propuesta, que no percibimos otra cosa que lo que queremos ver, y malinterpretamos las señales. También la Inteligencia Universal nos avisa si una experiencia está en nuestro esquema de probabilidades, mediante indicaciones claras que permiten obtener las cosas con cierta fluidez, lo cual no significa que no haya que hacer ningún esfuerzo, pues todo crecimiento requiere una inversión de energía. Pero, del mismo modo, solemos dejar pasar las oportunidades y nos enfocamos en otros senderos. Es necesario estar atentos a lo que sucede delante de nosotros, y usar nuestra capacidad de lectura, subconsciente e intuitiva, para captar el mensaje de la naturaleza. Si el agua fluye, no importa si lo hace rápidamente o con lentitud, va en la dirección correcta. Cuado ésta se detiene completamente, se descompone. Frente a los obstáculos, el agua no se complica. Intenta superarlos aumentando su nivel, pero si nota que esto es muy difícil, da un rodeo y varía la dirección de la corriente. Mediante este método llega a su destino. Las barreras aparecen en nuestro camino por una razón valedera. Quizás  nos muestran que aún no estamos capacitados para seguir un sendero con cierto grado de dificultad, y que es necesario un entrenamiento previo. A veces nos enseñan que definitivamente esa no es nuestra ruta. No obstante, nuestra terquedad nos incita a derribar todo impedimento, porque creemos que la vida nos desafía, y seguramente lo lograremos, pero a costa de sacrificios extremos, y del dolor que la naturaleza trataba de evitarnos. Es aquí cuando ingresamos en el sendero del sufrimiento, el cual es una de nuestras más complicadas opciones.

No hay que confundir esfuerzo con sufrimiento. En el primero, trabajamos con alegría y obtenemos una gran satisfacción, aunque podamos sentirnos cansados en un momento dado y sean necesarias etapas de reposo. En el segundo, hay dolor, inconformidad y resignación, más que aceptación. Si las cosas fluyen debidamente, y se obtienen resultados que nos permiten crecer, bien vale la pena el esfuerzo. Pero si a pesar de los esfuerzos vemos que el fluir se detiene, es hora de cambiar de ruta.

Es útil revisar nuestra vida para ver si estamos transitando caminos de sufrimiento, o si nos estamos empecinando en algo que nos pueda conducir a alguno de estos senderos, para ver si sería práctico cambiar de ruta, o de actitud, rompiendo la resistencia frente a la realidad. Hemos de ser capaces de ser felices con lo que la vida nos ofrece diariamente. Todas las oportunidades necesarias para el desarrollo del plan original, con el total de sus probabilidades, estarán siempre en inmediata disponibilidad, y las podremos ver fácilmente si estamos atentos. El destino no es un juego de ponerle la cola al burro. Es el resultado de una interacción inteligente entre la Vida Una y la vida manifestada, en este caso la nuestra. No implica sufrimiento, si no lo deseamos, pero es también una de nuestras opciones, si nos empecinamos en ir en contravía al natural fluir, o si nos paralizamos, sin tomar decisiones.

Alipur Karim