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martes, 16 de octubre de 2018


DISCIPULADO No. 31

EL TEMPLE DEL DISCÍPULO




El entrenamiento del discípulo es similar al proceso tradicional de fabricación de una espada.El herrero debe tener en cuenta varios pasos: la elección del acero, la forja, el temple, el pulido, el limado y el acabado final. El herrero representa al Maestro, el acero al novicio, la forja, el pulido y el limado representan el proceso, y el acabado final es el discípulo iniciado, listo para la Maestría.

Lo primero que hay que comprender es que es el herrero quien selecciona el acero y no al contrario. Es el Maestro herrero quien conoce cuál es la mezcla perfecta de hierro y  carbono (acero) adecuada para una buena espada. El carbono representa al conocimiento y el hierro al candidato. El aspirante, como el hierro debe ser fuerte,  pero suele ser demasiado dúctil y se dobla bajo el peso o el contacto intenso de la lucha. El ignorante es fácilmente maleable y cede fácilmente a las arremetidas argumentativas del ego y al efecto de quienes le rodean y tratan de convencerle de que su nueva vía, lejos del mundano placer, es un gran desatino.  Si lo chantajean o lo amenazan con intensidad, se doblará y cederá a las pretensiones egoicas. La ignorancia hace al aspirante francamente vulnerable. Un poco de selecto conocimiento espiritual es necesario, en una medida adecuada al tipo de mente del candidato. Este aprendizaje, al igual que hace el carbono con el hierro, le hará fuerte sin que pierda la flexibilidad. Le hará resistente, ampliando a su vez su capacidad de recepción de la luz. Un exceso de conocimiento lo confundirá y lo hará excesivamente sensible, tornándolo en alguien difícil de ser enseñado debido a su alto nivel de condicionamiento mental, al igual que un exceso de carbono en el hierro impedirá la forja pues hará al metal sensible al fuego. Se fundirá antes de ser llevado a la temperatura necesaria para dar forma y longitud a la espada. Un acero cargado de carboneo no puede ser forjado. Solo puede moldearse. Un estudiante con orgullo intelectual y con la mente encasillada no puede ser instruido en el conocimiento superior. Es el Maestro quien elige al candidato cuando está a punto para el discipulado.

El paso siguiente es la forja: una vez seleccionado un buen acero se procede a forjarlo colocando el acero en la fragua, bien cubierto por el mineral, para conseguir que, junto con la entrada de aire, el acero alcance la temperatura deseada. Normalmente el espadero conoce la temperatura por el color del acero. A partir de 300ºc  el acero se vuelve gris hasta que, pasando por el azul violeta, empieza a aparecer el rojo: normalmente la temperatura de forja ideal lleva al metal al rojo cereza o máximo al rojo claro a 800ºc -1200ºc, sin llegar al rojo blanco en el que el acero se vuelve pastoso llegando en poco tiempo a su punto de fusión.

Una vez seleccionado el discípulo, se procede a entrenarlo, cubierto  y protegido por la fuerza espiritual del Maestro, para que alcance el nivel de confianza y receptividad requeridos para un entrenamiento iniciático. Normalmente, el Maestro conoce el nivel del discípulo, quien va pasando, bajo su influencia, por diversos estados de depuración, emocionales y mentales, hasta alcanzar el nivel de pureza,  humildad, descondicionamiento, aceptación y obediencia apropiados, lo cual garantiza la capacidad de recepción y la resistencia frente a la poderosa luz y energía que recibirá en el proceso, pero sin llevarlo al extremo de la sumisión  o esclavismo, el cual le hará endeble y le hará despertar un egoico deseo de recompensa a cambio de su ciega obediencia. El Maestro despertará en su discípulo la flexibilidad y el espíritu de un verdadero servidor y jamás hará de él un ente servil o un rastrero adulador. Si el discípulo, en su ansia de alcanzar rápidos resultados o beneficios especiales del Maestro llega a caer en este estado, será alejado por el Maestro ya que esta indigna condición le hace inútil para el proceso.


Una vez alcanzada la temperatura deseada, rápidamente se saca el hierro de la fragua y se le coloca sobre el yunque, procediendo a golpear con el martillo para estirar y trabajar, poco a poco, la forma y longitud que se busca. Como la duración del rojo es breve, para fabricar una hoja tienen que hacerse repetidas caldas, para poder seguir trabajando el hierro. Mediante la forja se endurece el metal pero se le va cambiando la estructura; los martillazos van comprimiendo los cristales del hierro (los metales tienen una estructura cristalina), uniéndolos entre sí para conseguir un determinado punto de dureza; pero si se sobrepasa, comenzará el debilitamiento del metal. Este punto es esencial porque, si no se alcanza, el metal no será tan duro, y si se supera, se podrán producir fracturas. La forja da forma al metal mediante el fuego y el martillo.

Una vez alcanzada la confianza y el nivel adecuados, se saca al discípulo de su zona de confort, dada por la complacencia de la aceptación por parte del Maestro y por el bienestar que se deriva de su compañía y fuego espiritual, y se procede a trabajar fuertemente sobre su ego. El Maestro actúa como revelador de este, mediante su fuego espiritual, usando diversos métodos de pruebas y tareas, y hace que el discípulo sea consciente de sus distintas facetas, y luego, si el desvergonzado ego del discípulo se campea orgulloso frente al Maestro, al rojo vivo, pretendiendo estar en lo correcto, recibe el martillazo espiritual necesario para doblegarlo. El Maestro golpea repetidas veces el ego del discípulo, hasta donde éste lo soporta, y lo lleva nuevamente, bajo el influjo de su fuego espiritual, para hacerlo dúctil y evitar que se aplaste bajo el peso del entrenamiento. El discípulo se hace fuerte mediante este proceso, eliminando poco a poco sus actitudes dramáticas, cuando es recriminado por el Instructor, y dándose cuenta de que el Maestro no llama su atención en vano, ni trata de fastidiarlo por puro capricho. Este punto es esencial. Si el discípulo se lo toma como un ataque personal, rechaza el fuego espiritual del Maestro y no puede hacerse dócil a las instrucciones, sufrirá fuertes heridas en su ego que pueden alejarlo y hasta generar una ruptura con él. Si el metal no se lleva repetidamente a la fragua para ser calentado por el fuego, se quebrará bajo el golpe del martillo. Muchos son los llamados pero pocos los escogidos. Si el discípulo no se hace humilde, no alcanzará la fuerza necesaria. Si se resiente en el proceso, se quebrará. La forja representa el fuego espiritual del Maestro y el martillo su estricta disciplina, los cuales dan la forma arquetípica al verdadero discípulo.

Una vez terminada la forja, procedemos al temple. Partiendo de un buen acero y una buena forja, la fase más importante en una hoja de acero es el tratamiento térmico, conocido popularmente como “templado o enfriado”. El primer paso del tratamiento térmico es conseguir la temperatura “crítica” (a partir de la cual, el acero cambia su estructura a austenita, en preparación para el endurecimiento). Al mantener la temperatura un cierto periodo de tiempo, se provoca el austenizado del acero, que es su estado básico, en el cual la aleación se disuelve uniformemente en hierro.
El acero enfriado rápidamente, al contacto con un líquido frío, aumenta al máximo la dureza del mismo, por lo que resulta quebradizo. Por lo tanto, se  procede a dar un segundo temple, llamado el revenido, a fin de distender sus moléculas y quitar dureza al acero. Esto le confiere flexibilidad. La temperatura de revenido suele ser entre 260 -300ºc.
Para espadas de combate es preferible utilizar una hoja más blanda para evitar fracturas. Una buena espada de combate ha de tener tenacidad para resistir impactos sin sufrir fracturas y ductilidad, para deformarse sin romperse.
El templado puede realizarse con agua o aceite, aunque suele usarse agua para el templado y aceite para el revenido. El templado con agua produce un filo más duro, mientras que las hojas templadas con aceite son más flexibles.

Una vez terminada la primera fase discipular de adecuación, se procede al temple. Partiendo de una buena disposición y una buena disciplina, y proceso de depuración, la fase más importante en un entrenamiento discipular es el tratamiento que da el Maestro al discípulo con el fin de capacitarlo para las iniciaciones superiores. El discípulo es llevado a fases críticas que lo hacen muy fuerte frente a las hostiles fuerzas del mundo y de la oscuridad. La conciencia del discípulo se va haciendo cada vez más amplia, en busca de la Infinitud y la Eternidad. La Fortaleza despertada le lleva a desarrollar la imperturbabilidad, la cual conlleva cierto riesgo de insensibilidad y dureza, por lo cual se procede a un segundo proceso de temple que ablanda el corazón espiritual, despertado en las altas estaciones alcanzadas. Esto le confiere flexibilidad, compasión, misericordia, pero más que eso una alta capacidad de contacto con las más sutiles dimensiones y seres espirituales. Se hace fuerte pero muy amoroso. Se hace imperturbable y a la vez un ser conectado.
El discípulo  ha de tener tenacidad para resistir impactos sin sufrir quebrantos y ductilidad y capacidad de conexión altamente sutil, para continuar su entrenamiento y combate interior con el ego, sin romperse o extraviarse por astrales caminos.

El templado puede realizarse  mediante discernimiento y devoción; aunque suele usarse el discernimiento para desarrollar fortaleza y la devoción para despertar al Amor infinito y al contacto superior.

Una vez forjada y templada la hoja, esta presenta un aspecto basto llamado bruto de forja. Para un buen acabado  o pulido, sometemos la hoja a la acción de la muela y la lija, haciendo los vaceos, filos y terminación de la punta, pasando cada vez a  lijas cada vez más finas, hasta terminar con un pulido al espejo, que endurece la hoja y evita la oxidación rápida.

Los procesos de entrenamiento llevan al discípulo a hilar cada vez más fino, a fin de pulir imperfecciones del carácter y erradicar hasta el más mínimo hábito mental nocivo. El discípulo, a punto para ser un verdadero Iniciado de los misterios mayores, se convierte en un pulido espejo en el que la divinidad se refleja sin distorsiones psíquicas. Este pulido interior evita la recaída en niveles inferiores propios del ego.

Con el limado de la espada se trabajan los detalles que nos interesen, como la cruz de la espada o los rompe puntas.

Este proceso representa un refinamiento propio del linaje o confluencia de linajes a los que pertenece el discípulo y su Maestro. Los rompe puntas representan métodos de defensa psíquica frente a agresiones de seres de oscuridad que siempre estarán prestos a tender trampas al discípulo.

Una vez terminada la hoja montaremos la cruz, el puño de madera y el pomo, pasando todas las piezas a través de la espiga de la hoja (parte final de la hoja estrechada para albergar la empuñadura), sin ningún tipo de soldadura y debe ser más blanda que el resto de la hoja. Para finalizar, la espiga se remacha fuertemente sobre el pomo.

Son los pasos finales que convierten al discípulo en un Iniciado de alto grado listo para iniciar el proceso de la Maestría.

El Maestro herrero elige el buen acero, lo somete al intenso fuego de la forja, le da forma y plasticidad mediante el golpe del martillo y luego le da el temple necesario. Finalmente pule y abrillanta. Es así como logra una excelente espada que a la vez que hermosa es fuerte y flexible, la más bella arma para que pueda el caballero derrotar al enemigo y conquistar reinos y señoríos, derrotando al enemigo sin temor de ser herido.

El Maestro espiritual elige al buen discípulo, al que está bien dispuesto para ser transformado, al de corazón noble y oído receptivo. No lo busca jamás entre los soberbios, ni entre los serviles. Lo somete al poderoso fuego espiritual del entrenamiento, en la forja de su propia alma y lo lleva a un alto grado de pureza, usando el poderoso martillo de la disciplina, desarrollando en él una mente abierta, un carácter de fortaleza y alta confianza en sí mismo y en la Divinidad. Cada golpe es necesario, aunque duela,  para madurar, y el discípulo coloca su propia vida en el yunque del herrero hasta que tome forma. El Maestro le capacita mediante el discernimiento y el desapego, para que desarrolle el temple necesario para soportar las pruebas del camino y los constantes asedios de su propio ego y de los emisarios de la oscuridad.

Así, una vez forjado y templado el discípulo, se convertirá en la espada poderosa de su propio Ser, dispuesto a reconquistar el reino espiritual perdido y usurpado por el ego y sus esbirros y lacayos.

Pero a veces hay aceros que se quiebran bajo el golpe del martillo, aunque tengan la mezcla perfecta de carbón y hierro y hayan sido llevados a la temperatura ideal en la forja. Serán puestos a un lado y formarán ese herrumbroso arrume que suele apreciarse cerca del taller del herrero, a la espera del largo proceso mediante el cual la naturaleza los reintegrará a sus elementos mínimos, en busca de una nueva oportunidad.

A veces hay quienes siempre a madurar se niegan. Y cuando su ego es evidenciado, cuando el Maestro revela el ego oculto bajo la sombra del inconsciente o el resplandor de mentes demasiado abrillantadas con la falsa luz del intelecto, se resienten por el dolor sentido en el proceso, y escapan de él, huyendo rebeldes a los bosques de la soledad egoica. Vuelven entonces al montón de los que duermen y espera el lento girar de las ruedas del samsara, ese viejo molino de las vidas sucesivas que muele fino pero muy despacio, haciendo polvo todos los sueños mediante el peso del doloroso karma.

No hay acero sin carbón, ni espada sin herrero, y sin ella no hay guerrero, pues no se ablanda solo el acero y sin espada no hay reino. 

                                                                                            Alipur Karim(Sheikh Abdul Salam)