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jueves, 27 de febrero de 2020

DESCONDICIONAMIENTO Y LIBERACION



DESCONDICIONAMIENTO Y LIBERACIÓN




Para entender el proceso de condicionamiento, es importante comprender el tipo de operaciones mentales que en la actualidad estamos manejando. En general efectuamos algunas operaciones o procesos intelectuales generales como la cognición, o habilidad de comprender descubrir y hacerse consciente de la información. Tenemos además la habilidad de codificar la información y recordarla posteriormente. Podemos también utilizar la habilidad de generar soluciones a problemas y la de evaluar si la información es correcta, consistente o válida, en relación con un patrón, código o teoría establecidos.

La información que procesamos es percibida por medio de los sentidos, principalmente por medio de la vista y el oído. Esta información suele ser simbólica, es decir, percibida como símbolos o signos que no tienen significado por ellos mismos, sino uno atribuido por nosotros. En la actualidad, incorporamos mucha información de tipo semántico, ya sea oral o escrita, y también a través de símbolos. Adicionalmente recibimos información proveniente de las acciones de otros seres.

Al aplicar las operaciones mentales a la información obtenemos como resultado algunos elementos individuales de conocimiento, algunos conjuntos de unidades de información que comparten atributos en común, relaciones de información por asociación, secuencias, analogías, conceptos opuestos. Desarrollamos también relaciones múltiples que contienen estructuras complejas de información, y transformaciones especiales de la información que incluyen posibilidades de cambio, perspectivas, o mutaciones del conocimiento. Hacemos predicciones, inferencias, calculamos consecuencias o anticipaciones del conocimiento.
Nos hemos acostumbrado a manejar una gran multiplicidad de habilidades, cada una de las cuales representa una operación mental, aplicada a un contenido específico de información y con un resultado particular que va desde la simple aprehensión, el juicio y el raciocinio lógico, hasta la complejidad de la percepción abstracta. En forma automática utilizamos operaciones de memoria, representación, comparación, atención, generalmente en secuencias temporo-espaciales que nos permiten enfocarnos en el pasado, el presente y el futuro hipotético.

Los resultados que se obtienen por el uso de estas habilidades mentales dependen en gran medida del contenido de la información, de las operaciones mentales puestas en ejecución y de los mecanismos automáticos que hemos establecido en este proceso.
Aún sin conocer a profundidad el sistema de obtención de información que hemos establecido por consenso, le hemos dado tal importancia, que solemos asumir que es la única forma de percepción que poseemos.
 La mayoría de los seres humanos se reduce a repetir la información obtenida durante siglos por otros seres humanos. Sólo aquellos que se ven forzados a crear, por disciplina o necesidad, hacen uso de las habilidades creadoras de la mente que permiten captar nuevas informaciones. Ocasionalmente, los creadores o inventores son sorprendidos por ondas intuitivas de nuevas informaciones que al ser atendidas derivan en maravillosos descubrimientos. La mayoría de los humanos desechan la posibilidad de estas informaciones intuitivas o no les prestan atención por juzgarlas fuera del mecanismo aceptado por consenso como forma de cognición.

Las acciones del ser humano están condicionadas por la información mental que posee. La repetición de la información establece mecanismos automáticos de respuesta físicos, emocionales y mentales. A este proceso se le denomina condicionamiento y constituye en sí una poderosa prisión de conducta.

La humanidad confía tanto en este proceso de cognición que cree que su habilidad de predecir los acontecimientos, mediante su conocimiento, le capacitan para construir su destino a capricho. El hombre común cree que basta desear para obtener, pero al existir una gran brecha entre el aparente conocimiento de la realidad y la realidad misma, constantemente prueba el amargo resultado de la frustración, que aparece cuando lo que acontece es diferente de sus expectativas.

Este consensuado proceso de cognición, en el que generalmente acumulamos información procedente del proceso de educación, constituye un sistema cerrado de acceso a la percepción de la realidad. La mayoría de los seres humanos no buscan corroborar la certeza de la información recibida, sino que creen ingenuamente en lo que es divulgado por los medios de información, la ciencia y la religión, formando para sí mismos sistemas de creencias que son verdaderas prisiones para el intelecto. La mente, condicionada por este tipo de información sesgada, rara vez se acerca a la verdad porque simplemente confía en el sistema conceptual establecido con informaciones provenientes de la percepción sensorial, la cual es totalmente parcial, mínima e ilusoria, dado que es a partir de estas percepciones que construimos una imagen del universo en nuestra mente. De hecho la palabra información significa formación interior, y es en realidad lo que hacemos cuando convertimos las percepciones sensoriales en conceptualizaciónes teóricas o imágenes, que creemos absolutamente reales. Tal vez nuestro principal condicionamiento consiste en creer que lo que nuestra mente forma como resultado del manejo de las habilidades aprendidas, corresponde con la realidad que está ahí fuera de nosotros.

El descondicionamiento de la mente es una tarea fundamental en un trabajo espiritual verdadero. Sin este proceso es imposible el viaje hacia la libertad, ya que los muros de la prisión del intelecto son difíciles de derrumbar. Este proceso no es para nada fácil en sí mismo, y se hace más difícil aún, dado que la mayoría de las tradiciones espirituales establecen una base religiosa, casi siempre ritual, para el delineamiento de un sendero espiritual. La mayoría de las tradiciones espirituales se manifiestan espantadas frente a la posibilidad de una visión integral y complementaria del proceso. Casi todas insisten, con amenazante advertencia, en la necesidad de seguir una creencia única con métodos únicos y advierten de la alta posibilidad de extravío para quien se atreve a sondear en varios caminos simultáneamente.

La mayoría de los sistemas existentes simulan un proceso de condicionamiento, haciendo migrar al candidato de un sistema de creencias a otro, igualmente castrante, que constituye una nueva forma de condicionamiento cerrado. Esto sólo significa el creer que se logra la libertad por un cambio de prisión. Pero, aunque estos giros suelen traer un aire fresco inicial, y una temporal sensación de liberación, al abandonar viejos paradigmas, e incorporar nuevos rituales, bien pronto el ambiente vuelve a estar enrarecido por el moho intelectual de la nueva cárcel.

En el proceso de entrenamiento espiritual que sigue un discípulo con un verdadero Maestro, el estudiante novicio debe trascender la etapa del sometimiento religioso como método para transformar su conducta, bajo la amenaza de la condenación eterna o de los fuegos del infierno, ya que este tipo de instrucción o condicionamiento es propio de las sectas y no de verdaderas tradiciones libres. Este proceso de trascendencia de los intimidantes métodos religiosos, se hace mediante el estudio profundo, ecléctico, con una mente libre, que conduce al estudiante al manejo de su mente abstracta, al desarrollo de procesos cognitivos no condicionantes y al hallazgo de nuevas formas de cognición que superan el terreno de las operaciones mentales convencionales. 

Al comienzo, el Maestro lleva al discípulo al conocimiento de los diversos caminos conceptuales del espiritualismo, con sus rituales asociados, para luego liberar a la mente madura de la necesidad de una creencia cerrada, pues sólo mediante el ejercicio de una mente libre es posible acceder a los caminos de la verdad. No hay senderos intelectuales ni rutas religiosas para acceder a la cima de la liberación, pues no se trata de un proceso egoico, ni del desarrollo de habilidades mentales especiales. Se trata más bien de acceder a una mente libre de todo condicionamiento, para trascender sus terrenos y elevarse por encima de las operaciones mentales ordinarias, al nivel de la percepción contemplativa, experiencia de cognición no condicionada ni sesgada, lejos de toda forma de creencia exclusivista.

Mas no puede un novato, esclavo de los automatismos de una mente condicionada por los vicios de la información consensuada, acceder de forma directa a este proceso de abstracción cognitiva, ya que la luz que se percibe en las instancias de esta experiencia, sería contaminada por la oscuridad de una mente empantanada por los lodazales del egoísmo humano.

 Es necesario que el candidato avance paso a paso en el camino hasta agotar totalmente los temores que asedian a la mente, y que han sido generados por la formación de falsas zonas de seguridad, sustentadas por creencias controladoras, provenientes de fuentes proselitistas y sectarias, fósiles ideológicos de la historia del desarrollo mental de la humanidad. Si un estudiante novato, sin el entrenamiento necesario para una observación imparcial y profunda, se introduce en un sondeo aleatorio por los caminos de las antiguas tradiciones, sólo logrará un alto grado de confusión, ya que verá todo al trasluz de los primeros velos ideológicos que fueron colocados en su mente. Estos cepos de ideas le impedirán sumergirse en las profundidades del alto conocimiento abstracto. Con la mente condicionada sólo podrá nadar en la superficie del mar del conocimiento y sólo verá los reflejos deformados de una realidad que se proyecta en el oleaje de una mente contaminada, y dominada por los estados emocionales que se derivan del proceso de condicionamiento. Dominado por el deseo de saber, migrará inútilmente por las turbias aguas del conocimiento sesgado y muy seguramente caerá en las garras del fanatismo resultante de ser atrapado por alguna nueva creencia empática.

Aquel que ha sido educado bajo las normas de una religión específica o sistema de creencias durante toda su vida y se cree el poseedor de la llave que lo conduce a la salvación o a la predilección divina y creyendo que los que no pertenecen a su línea son herejes, no es más que un iluso, prisionero en su propia mente, más aquel que se cree salvo o libre por haber cambiado de religión, de creencia, de hábitos rituales  o sistema de alimentación, no es más que un reo que ha sido cambiado de prisión y duerme en su celda, soñando que es libre. No hay ningún sistema de creencias, ningún lugar sagrado, ninguna persona, ni un ritual específico que conduzcan a la liberación. Es quizá el conocer esto el primer paso que permite acceder al proceso libertario que lleva a romper las cadenas del pensamiento. 

El descondicionamiento mental es el vaciamiento de la influencia poderosa que la información, manipulada por las operaciones mentales, ha ejercido sobre la mente humana y ha convertido a nuestras civilizaciones en esclavas del tiempo y del espacio. Lograr la vacuidad de esta influencia es el primer paso, y conduce a la adquisición de una mente tranquila y silenciosa, expectante, imperturbable, atenta. Más al igual que no es completa gloria vencer en la batalla, este estado de quietud ha de ser superado, trascendido, ya que constituye únicamente la antesala del elevado nivel al que conduce la abstracción cognitiva, más allá del dominio mental. Si bien es necesario recorrer los caminos del conocedor profundo, del observador imperturbable, del yo observante, es necesario superar el nivel de los conceptos y la percepción misma del que observa, para que el proceso de la iluminación ocurra. La liberación no es una meta a ser alcanzada por un sujeto. Esto es tan sólo una un proceso espontáneo, emergente desde el seno mismo de la infinitud, que se da cuando el espejismo del ego es disuelto por la poderosa energía de la abstracción cognitiva. No hay individuo alguno que como tal pueda alcanzar la iluminación. Quien así lo afirme no es más que un ego en el más alto grado de ilusión. La liberación es el estado natural de la infinitud, más allá del velo de la ilusión mental. Más que una meta a alcanzar, más que una experiencia a conquistar, más que un estado de conciencia elevado a ser logrado, la liberación es el estado que persiste en la unicidad de la eternidad y la infinitud, cuando a sí misma absorbe su propio velo, el cual tendió con los hilos del tiempo, el espacio y la mente, en el maravilloso juego de la creación.

Alipur Karim ( Sheikh Abdul Salam)

miércoles, 29 de mayo de 2019

DISCIPULADO No. 32 CONSIDERACIONES SOBRE LA PRACTICA ESPIRITUAL INTERNA




DISCIPULADO No. 32
CONSIDERACIONES SOBRE LA PRÁCTICA ESPIRITUAL INTERNA
  


La práctica espiritual interna es un adiestramiento que prepara al discípulo para la recepción de la enseñanza, por parte de su Maestro, o de la sabiduría de su propia alma. El nivel de la enseñanza transmitida depende de la receptividad del discípulo. Para aumentar el nivel de receptividad, pureza y fortaleza de la estructura, cinco cualidades, relacionadas con los cinco elementos cósmicos, deben ser desarrolladas por el discípulo: moderación en relación con el elemento tierra, auto observación (agua), autocontrol (fuego), devoción (aire) y discernimiento (éter o akasha).

La moderación se refiere al cuidado de nuestro cuerpo físico. Implica el no abusar de las horas de trabajo, y hacer contención equilibrada de los instintos, que son impulsos que surgen de la naturaleza animal, como el procrear, cazar, matar, estar mejor que…, envidiar, competir etc. De igual manera, transformar los impulsos colectivos que están errados, desenfocados de las metas reales de la existencia, y que nos mueven a abusar del tiempo y de otros. Moderación va de la mano de ser práctico, cualidad que equilibra impulsos, deseos y propensiones.

La auto observación implica el verse hacia adentro y encontrar los defectos del carácter, que están motivados por impulsos inconscientes, formados por viejos hábitos, algunos provenientes de otras vidas, y las semillas latentes de viejos deseos, que usualmente son generadores de karma. Auto observar es descubrir y no reprimir. En este ejercicio debe descubrirse la regularidad de los defectos y hábitos más predominantes, así como su intensidad. Se debe tomar conciencia de los deseos y aversiones, pues esto nos mantiene en el mundo de la dualidad, de las preferencias polarizantes y de la inflexibilidad. Permite descubrir las motivaciones egoístas y las causas.

El autocontrol consiste en poner un alto a los impulsos, hábitos negativos y defectos personales. Si bien la auto observación concientiza sobre ellos, se necesita comenzar a frenarlos conscientemente, pero de manera gradual. Es gratificante realizar el autocontrol, porque permite que la naturaleza personal se vaya armonizando con una vida espiritual.

La devoción es la búsqueda consciente de la presencia divina. No es ritualismo, no es buscar una religión y ser su seguidor, no es separar los hechos en sagrados y profanos. Devoción es llamar a Dios, mediante oración verdadera, cantos o danzas. Es manifestar a Dios en cada instante; es expresarlo en el día a día; es realizar todas las cosas por Él. La devoción es el ejercicio de espiritual mediante el cual percibimos un contacto verdadero con Dios, e implica una intención verdadera, lejos de cualquier intención material personal. La devoción abre la puerta a la intuición y ella trae consigo la alternativa de descubrir las señales para hacer lo que está en consonancia con la voluntad divina. Mediante la devoción hacemos realmente un llamado a Dios, no para que satisfaga los caprichos de nuestro ego, sino para sentirnos en su magna presencia.

El discernimiento es una cualidad del intelecto superior, que está más allá de la racionalidad de la mente discursiva, lógica y memorística. El discernimiento es la claridad que se establece en una mente quieta y serena. El discernimiento lleva de la oscuridad a la luz, de lo irreal a lo real, de lo muerto a lo inmortal. Y de lo irreal a lo real significa despreciar la ilusoriedad de las formas de este plan. Ir de lo muerto a lo inmortal significa apreciar la vida fluyente en cada una de las aparentes cosas de este mundo. Ir de la oscuridad a la luz significa rasgar el velo, el triple velo de la ilusión, entrar en la luz de Dios, en la luz de la conciencia infinita.


Estas cinco cualidades, bien desarrolladas, despertarán las fuerzas divinas latentes de los cinco elementos cósmicos, contenidas en los cinco centros espirituales inferiores de tu cuerpo energético. El discípulo tendrá entonces los elementos necesarios para construir una vasija de excelente calidad y de gran capacidad de contención. Una vez preparada la vasija, el agua de vida, el agua de la sabiduría será puesta en ella; una vez construido el templo, la divinidad morará en él; una vez arada y preparada la tierra, la semilla del árbol de la vida será plantada. Sólo si la capacidad de la vasija es ampliada a un alto grado, le serán transmitidas al discípulo las claves de los misterios más excelsos, capacitándolos para bucear en las profundas aguas del océano infinito. Los maestros espirituales verdaderos buscan sólo a aquellos discípulos que están preparados y de verdad buscan diseminar la luz. Los maestros de sabiduría en verdad son atraídos por el brillo de las almas y no por la ostentación de los egos. El verdadero discípulo es aquel que está interesado en disciplinarse, acatando la sabia guía de su Maestro. Jamás será entregada la sabiduría a los necios, ni puesta en el turbio lago de una mente ensombrecida. Ella es como una princesa dormida en una torre, que sólo puede ser despertada por el príncipe espíritu, una vez haya pasado la prueba del corazón ennoblecido, que sólo anhela el amor puro, más allá de las riquezas materiales del reino.

Sólo cuando la intención es pura y la mente clara, la enseñanza del Maestro llega sin demora y el velo de Maya es rasgado y hecho jirones, que se lleva el viento del olvido, permitiendo la extraordinaria percepción de lo real.

El verdadero caminante espiritual practica la moderación mediante el estricto cumplimiento de las normas justas que han sido diseñadas por instituciones, comunidades y sociedades para una sana convivencia, respetando además los diversos sistemas de creencias que han aparecido como caminos de exploración hacia la divinidad. En cada espacio, sabe ocupar su lugar. La verdadera moderación se demuestra mediante el respeto, el cual demuestra el conocimiento de que hay una diversidad de caminos, con diferentes perspectivas, que igualmente conducen a la cima espiritual. La moderación va siempre sabiamente acompañada de la prudencia. El caminante moderado expone cuando es debido, y jamás impone. El moderado es alguien que nunca va a los extremos, recordando que en la oscilación polar de la dualidad siempre hay un punto opuesto equilibrante y que el rápido viraje hacia ese polo es lo que le lleva a la conquista del punto neutro que lo eleva a una dimensión más elevada.

El proceso de auto observación es una práctica que no debe ser tomada a la ligera. Se trata de ahondar profundamente en el conocimiento de la estructura del ego. No se trata de una simple práctica de retrospección en la que emitimos un juicio acerca de nuestros actos y pensamientos. Se trata de la observación imparcial de los movimientos y mecanismos del ego. Tampoco se trata de un proceso de justificación de nuestros estados mentales y emocionales, en los que buscamos un culpable afuera de nosotros. La auto observación es un ejercicio de percepción interior en perfecta neutralidad. Mediante esta técnica lograremos darnos cuenta de las múltiples facetas que usa el ego para encubrirse, y buscar sus propósitos, y de la compleja red de máscaras que nos llevan a crear múltiples roles que conviven en nuestro interior, y que son esgrimidos en nuestro contacto con los demás, ocultando la realidad de nuestro ser.


Con el proceso de auto observación descubrimos que los seres que están a nuestro alrededor son en realidad espejos, ayudantes y disparadores del ego y sus mecanismos, y aprendemos que todo aquello que se precipita en nuestro ambiente es lo que realmente hemos atraído con nuestras actitudes y pensamientos, y llega a nosotros como resultado de la acción de la sabiduría de la naturaleza, de la inteligencia divina, como el mejor recurso que satisface las necesidades profundas de nuestra alma, para deshacerse del ego y de sus fuerzas kármicas. Si nuestra intención es verdadera, aprendemos que en realidad no hay un adentro y un afuera, no ha hay un yo y los otros, sino una unidad sincrónica perfecta. Si buscamos verdaderamente a Dios, él nos mostrará el camino y sus obstáculos, y nos indicará la puerta que conduce al valle de la luz. El que bien se auto observa, poco a poco descubrirá su sombra, y la usará como contraste para percibir la luz.

La auto observación es absolutamente necesaria para deshacer todas nuestras imágenes idealizadas y nuestras falsas percepciones acerca de la realidad del ser. Es un ejercicio clave para romper nuestra ilusión de separatividad, una de las capas más fuertes del velo de Maya que nos impide ver la realidad absoluta. Mediante esta práctica se desarrolla la verdadera humildad, que despierta en el corazón la compasión y la misericordia, disolviendo el caparazón duro del corazón, y llevándonos a más altas dimensiones de sutiles sentimientos y excelsas percepciones divinas.

Este ejercicio espiritual no es una simple ayuda sino una necesidad imprescindible en el camino, pues nadie que no haya destruido el pedestal del ego puede ingresar en la conciencia de las altas dimensiones de la sabiduría. Si no hay un trabajo sobre el ego, no se ha recorrido ni un solo paso en el sendero de la espiritualidad. De nada sirven genuflexiones, rezos, mantras, cantos o rituales si el corazón puro no está puesto en ellos. De nada sirven miles de afirmaciones acerca de nuestra bondad si la maldad habita en nuestro interior. De nada sirve la luz si persistimos en cubrir nuestros ojos con un manto de oscuridad. La auto observación intensiva que deshace el remolino del ego es el instrumento necesario para lograr la pureza, a partir de la cual surgirá la devoción genuina, pues si pretendemos presentarnos ante la divinidad con el manto de la hipocresía, sólo estamos rindiendo culto a la oscuridad.

El proceso de auto observación suele convertirse en una batalla campal entre el que observa y sus emociones y pensamientos: Algunos de estos, especialmente la tristeza, el miedo y la ira, suelen ser etiquetados como emociones negativas, y surge en el que observa el deseo de huir o desprenderse de ellas, como si se tratara de una plaga. Al tildar una emoción de negativa, se le atribuye la categoría de mala, y se supone que debemos evitarla… "No llores", "no seas orgulloso". Pareciera que tuviéramos que luchar contra nuestras emociones. Esta es una visión errónea. Debemos saber escuchar a nuestras emociones y no evitarlas o luchar contra ellas. Huir de ellas no las aleja, y luchar en su contra la reprime. Con ello, sólo disparamos un nuevo mecanismo del ego que las oculta. Las emociones tienen una finalidad; si aparecen es por algo y para decirnos algo. Son una forma de comunicación, un simbólico lenguaje que trata de hacernos conscientes de algo que está oculto en nuestro interior. A veces son mantos que cubren otras emociones o recuerdos que no queremos afrontar. No luches contra tus emociones; sólo acéptalas, escuchas su mensaje y observa.

Cuando comenzamos un proceso serio de auto observación, se establece en quien lo practica una batalla interior, en la que parece que dos grandes capitanes discuten constantemente acerca de lo correcto y lo incorrecto. Este proceso genera angustia al aspirante y es necesario trabajar en ello para hacer el proceso con tranquilidad. Dijo el Quijote a Sancho, su noble escudero, cuando cabalgaban medio adormilados: "si los perros ladran, es porque caminamos". Si hay guerra interior es porque estás trabajando y avanzas en el proceso. Si todo está quieto, o bien te iluminaste, o te has dormido. Las ideas, emociones, cosas y personas que atraemos son siempre aquellos seres que, por el principio de semejanza y resonancia, hacen emerger lo que está oculto, tanto la divinidad inmanente como la oscuridad remanente. Diferentes niveles del alma operan en el ser humano. Cuando los niveles superiores despiertan, el ego se resiste y combate. La batalla se expresa en nuestro mundo interno y se exterioriza en el externo. La tarea del caminante consiste en despersonalizar toda situación, recordando que lo de afuera es tan sólo un reflejo de lo de adentro. Además, no se trata de hallar un culpable en alguno de los dos bandos de la contienda. Si hacemos esto, sólo estamos reconociendo que algo falló, algo que estábamos deseando que sucediera o no sucediera. Es una muestra evidente de que trabajamos es en espera de un resultado y ese es el modo de operación del ego.

Recuerda que la divinidad es perfecta justicia y que no hay víctimas ni victimarios. El eterno actúa en cada cual para permitir lo que es justo y necesario. El comprender esto nos lleva a desarrollar gratitud hacia Dios por cada una de nuestras vivencias, y agradecer todo el tiempo a cada ser que se cruza en nuestro camino, por lo que aporta al proceso como espejo ayudante y revelador. Ellos son los emisarios del infinito. El que hace de espejo nos muestra nuestra propia imagen en polaridad opuesta; lo que el otro tiene es lo que tenemos. El ayudante coopera para mostrarte una faceta que te es difícil ver, y trata de hacerlo amorosamente, desde su punto de vista. Generalmente está muy cerca. El disparador suele ser ocasional, y actúa en forma inconsciente, sin intención; sus hechos y actitudes disparan a nuestro interior, y despiertan súbitamente facetas ocultas de nuestra sombra.

Sólo mediante un proceso de auto observación consciente, logrará el aspirante levantar el velo de la oscuridad. Maya, el divino velo, la diosa del ocultamiento, tiene dos hijos: ignorancia y apego. La primera nació antes del comienzo de los tiempos, con la cósmica misión de ocultar la realidad, para que el juego de la multiplicidad fuera posible. Obnubiló la conciencia divina con el brebaje del fruto del árbol del conocimiento, y nos proveyó de cinco hipnóticos sentidos, para crear una ilusión distorsionada de lo que es. Apego nació cuando ignorancia, víctima de los aromas de su propio veneno, se sintió sola y clamó a su madre por compañía. Apego es hijo de miedo, un fantasma de gran poder, cuyo aliento susurra en nuestra mente que la vida de un alma en soledad es dura, y la hace incapaz. Miedo es vergonzoso y se cubre con el disfraz de tristeza, su prima, para ablandar los corazones y atraer el consuelo que llama compañía y atención. Pero tristeza tiene apariencia endeble, y no suele ser bien vista, por lo cual se cubre con la capa de ira, su hermana, una guerrera rebelde que no gusta de reconocer ni la debilidad, ni el error, ni la derrota. Maya es longeva y no morirá jamás antes que sus hijos y parientes. Ira, miedo y tristeza siempre van encapuchados, porque no resisten la mirada directa del alma despierta. Si la miran de frente se disolverán, convirtiéndose en cenizas que dispersa el viento del olvido. Apego no puede vivir solo y morirá si miedo fallece, e ignorancia se disuelve en las aguas del mar de la sabiduría. Entonces, y sólo entonces, Maya no será más, o por lo menos ya no tendrá poder sobre ti. Saldrás para siempre del ensueño cósmico, y volverás a tener la conciencia de divina realidad.

El ego es la fuente del sufrimiento humano. Constantemente hace olas en el mar de la quietud. Pero las olas sólo existen en la superficie del mar. Sólo allí se aprecian las temerosas tormentas. En el fondo del océano hay inquietud. El ego es la superficie de tu océano de infinitud. Sólo en él hay movimiento; sólo en él hay sufrimiento. En el fondo, en tu alma, reina la hermosa quietud que aporta el gozo divino. Salta ya del barco egocéntrico que surca las aguas de la dualidad. Sumérgete en la profundidad de tu ser infinito, eterno, sabio e imperturbable. El ego jamás está feliz; siempre está incompleto y desea algo más, para sí mismo o para otros. Su característica es la inconformidad con lo que acontece, y la manifiesta mediante tristeza, ira, impaciencia, orgullo, codicia, envidia, ambición, apatía, pereza, libertínismo, deseo de control, deseo de dominio, victimismo, rebeldía, evasión, miedo. Ser feliz implica doblegar al ego.

Todos queremos ser felices pero la mayoría de los humanos desconocen lo que es eso. La felicidad es confundida con el placer y la comodidad que aportan las zonas de falsa seguridad, que el ego construye en torno al trabajo, la familia, el prestigio social, el éxito, la popularidad, el dinero, las relaciones, la vanidad y el poder. Se confunde el placer transitorio que los sentidos aportan, con el eterno gozo de la perfecta quietud. Se desconoce o se deja de lado la conciencia de que todo placer sensorial es transitorio, fugaz y poderosamente adictivo o empalagoso: siempre necesitarás una dosis más alta para experimentar el mismo efecto y, si no lo consigues, bien pronto te desesperarás, o te hastiarás luego de algunos bocados, como sucede con una barra de chocolate.


Para saberse feliz hay que atravesar el territorio del ego y encontrar el hermoso valle de bienaventuranza, que se halla en el interior, en la naturaleza subyacente, cuya esencia es la pureza del alma, el reflejo mismo de la divinidad. La humanidad, en general, permanece dormida, inconsciente de la infinitud del ser y de la existencia de la verdadera felicidad. Aferrados a efímeros sueños y placeres, la mayoría de los humanos mueren frustrados, sin hallar felicidad, añorando algunos un mágico e inmerecido cielo, con el que se premia quizá un último momento de arrepentimiento. Para ser felices es necesario despertar del hipnótico sueño del mundo. Hay que arrojar a un lado las mantas de la ignorancia y el placer, y levantarse con vigor, para afrontar el desafío de ir más allá del territorio de los sentidos y la mente, hacia el insondable infinito que revela la eternidad. La cumbre espiritual es territorio de valientes, de osados guerreros interiores, que aman la verdad, sin espacios para conquistar, más allá de la ilusión del mortal del tiempo, que todo lo mata. Es la dimensión de la felicidad.

Mas no es fácil liberarse de las cadenas del ego, ni de la cárcel del intelecto. Los humanos aman sus placeres y sus falsas zonas de seguridad, sin darse cuenta siquiera de que sus paredes adornadas no son otra cosa que los muros de su prisión. Confían en que serán felices con sus transitorias conquistas, huyendo constantemente, mediante la evasión mental, de la idea de la muerte o la partida de todo aquello que creen amar y a lo cual están agarrados con el grillete de los apegos. Pero los que saben que el gozo real es tesoro del alma, los que anhelan sinceramente regresar a la divina conciencia, los valientes guerreros espirituales y los que saben callar las altisonantes voces del ego y guardar los secretos del corazón, que se revelan a los justos, sentirán la paz que irradia la serenidad del alma y que evidencia la felicidad.



martes, 16 de octubre de 2018


DISCIPULADO No. 31

EL TEMPLE DEL DISCÍPULO




El entrenamiento del discípulo es similar al proceso tradicional de fabricación de una espada.El herrero debe tener en cuenta varios pasos: la elección del acero, la forja, el temple, el pulido, el limado y el acabado final. El herrero representa al Maestro, el acero al novicio, la forja, el pulido y el limado representan el proceso, y el acabado final es el discípulo iniciado, listo para la Maestría.

Lo primero que hay que comprender es que es el herrero quien selecciona el acero y no al contrario. Es el Maestro herrero quien conoce cuál es la mezcla perfecta de hierro y  carbono (acero) adecuada para una buena espada. El carbono representa al conocimiento y el hierro al candidato. El aspirante, como el hierro debe ser fuerte,  pero suele ser demasiado dúctil y se dobla bajo el peso o el contacto intenso de la lucha. El ignorante es fácilmente maleable y cede fácilmente a las arremetidas argumentativas del ego y al efecto de quienes le rodean y tratan de convencerle de que su nueva vía, lejos del mundano placer, es un gran desatino.  Si lo chantajean o lo amenazan con intensidad, se doblará y cederá a las pretensiones egoicas. La ignorancia hace al aspirante francamente vulnerable. Un poco de selecto conocimiento espiritual es necesario, en una medida adecuada al tipo de mente del candidato. Este aprendizaje, al igual que hace el carbono con el hierro, le hará fuerte sin que pierda la flexibilidad. Le hará resistente, ampliando a su vez su capacidad de recepción de la luz. Un exceso de conocimiento lo confundirá y lo hará excesivamente sensible, tornándolo en alguien difícil de ser enseñado debido a su alto nivel de condicionamiento mental, al igual que un exceso de carbono en el hierro impedirá la forja pues hará al metal sensible al fuego. Se fundirá antes de ser llevado a la temperatura necesaria para dar forma y longitud a la espada. Un acero cargado de carboneo no puede ser forjado. Solo puede moldearse. Un estudiante con orgullo intelectual y con la mente encasillada no puede ser instruido en el conocimiento superior. Es el Maestro quien elige al candidato cuando está a punto para el discipulado.

El paso siguiente es la forja: una vez seleccionado un buen acero se procede a forjarlo colocando el acero en la fragua, bien cubierto por el mineral, para conseguir que, junto con la entrada de aire, el acero alcance la temperatura deseada. Normalmente el espadero conoce la temperatura por el color del acero. A partir de 300ºc  el acero se vuelve gris hasta que, pasando por el azul violeta, empieza a aparecer el rojo: normalmente la temperatura de forja ideal lleva al metal al rojo cereza o máximo al rojo claro a 800ºc -1200ºc, sin llegar al rojo blanco en el que el acero se vuelve pastoso llegando en poco tiempo a su punto de fusión.

Una vez seleccionado el discípulo, se procede a entrenarlo, cubierto  y protegido por la fuerza espiritual del Maestro, para que alcance el nivel de confianza y receptividad requeridos para un entrenamiento iniciático. Normalmente, el Maestro conoce el nivel del discípulo, quien va pasando, bajo su influencia, por diversos estados de depuración, emocionales y mentales, hasta alcanzar el nivel de pureza,  humildad, descondicionamiento, aceptación y obediencia apropiados, lo cual garantiza la capacidad de recepción y la resistencia frente a la poderosa luz y energía que recibirá en el proceso, pero sin llevarlo al extremo de la sumisión  o esclavismo, el cual le hará endeble y le hará despertar un egoico deseo de recompensa a cambio de su ciega obediencia. El Maestro despertará en su discípulo la flexibilidad y el espíritu de un verdadero servidor y jamás hará de él un ente servil o un rastrero adulador. Si el discípulo, en su ansia de alcanzar rápidos resultados o beneficios especiales del Maestro llega a caer en este estado, será alejado por el Maestro ya que esta indigna condición le hace inútil para el proceso.


Una vez alcanzada la temperatura deseada, rápidamente se saca el hierro de la fragua y se le coloca sobre el yunque, procediendo a golpear con el martillo para estirar y trabajar, poco a poco, la forma y longitud que se busca. Como la duración del rojo es breve, para fabricar una hoja tienen que hacerse repetidas caldas, para poder seguir trabajando el hierro. Mediante la forja se endurece el metal pero se le va cambiando la estructura; los martillazos van comprimiendo los cristales del hierro (los metales tienen una estructura cristalina), uniéndolos entre sí para conseguir un determinado punto de dureza; pero si se sobrepasa, comenzará el debilitamiento del metal. Este punto es esencial porque, si no se alcanza, el metal no será tan duro, y si se supera, se podrán producir fracturas. La forja da forma al metal mediante el fuego y el martillo.

Una vez alcanzada la confianza y el nivel adecuados, se saca al discípulo de su zona de confort, dada por la complacencia de la aceptación por parte del Maestro y por el bienestar que se deriva de su compañía y fuego espiritual, y se procede a trabajar fuertemente sobre su ego. El Maestro actúa como revelador de este, mediante su fuego espiritual, usando diversos métodos de pruebas y tareas, y hace que el discípulo sea consciente de sus distintas facetas, y luego, si el desvergonzado ego del discípulo se campea orgulloso frente al Maestro, al rojo vivo, pretendiendo estar en lo correcto, recibe el martillazo espiritual necesario para doblegarlo. El Maestro golpea repetidas veces el ego del discípulo, hasta donde éste lo soporta, y lo lleva nuevamente, bajo el influjo de su fuego espiritual, para hacerlo dúctil y evitar que se aplaste bajo el peso del entrenamiento. El discípulo se hace fuerte mediante este proceso, eliminando poco a poco sus actitudes dramáticas, cuando es recriminado por el Instructor, y dándose cuenta de que el Maestro no llama su atención en vano, ni trata de fastidiarlo por puro capricho. Este punto es esencial. Si el discípulo se lo toma como un ataque personal, rechaza el fuego espiritual del Maestro y no puede hacerse dócil a las instrucciones, sufrirá fuertes heridas en su ego que pueden alejarlo y hasta generar una ruptura con él. Si el metal no se lleva repetidamente a la fragua para ser calentado por el fuego, se quebrará bajo el golpe del martillo. Muchos son los llamados pero pocos los escogidos. Si el discípulo no se hace humilde, no alcanzará la fuerza necesaria. Si se resiente en el proceso, se quebrará. La forja representa el fuego espiritual del Maestro y el martillo su estricta disciplina, los cuales dan la forma arquetípica al verdadero discípulo.

Una vez terminada la forja, procedemos al temple. Partiendo de un buen acero y una buena forja, la fase más importante en una hoja de acero es el tratamiento térmico, conocido popularmente como “templado o enfriado”. El primer paso del tratamiento térmico es conseguir la temperatura “crítica” (a partir de la cual, el acero cambia su estructura a austenita, en preparación para el endurecimiento). Al mantener la temperatura un cierto periodo de tiempo, se provoca el austenizado del acero, que es su estado básico, en el cual la aleación se disuelve uniformemente en hierro.
El acero enfriado rápidamente, al contacto con un líquido frío, aumenta al máximo la dureza del mismo, por lo que resulta quebradizo. Por lo tanto, se  procede a dar un segundo temple, llamado el revenido, a fin de distender sus moléculas y quitar dureza al acero. Esto le confiere flexibilidad. La temperatura de revenido suele ser entre 260 -300ºc.
Para espadas de combate es preferible utilizar una hoja más blanda para evitar fracturas. Una buena espada de combate ha de tener tenacidad para resistir impactos sin sufrir fracturas y ductilidad, para deformarse sin romperse.
El templado puede realizarse con agua o aceite, aunque suele usarse agua para el templado y aceite para el revenido. El templado con agua produce un filo más duro, mientras que las hojas templadas con aceite son más flexibles.

Una vez terminada la primera fase discipular de adecuación, se procede al temple. Partiendo de una buena disposición y una buena disciplina, y proceso de depuración, la fase más importante en un entrenamiento discipular es el tratamiento que da el Maestro al discípulo con el fin de capacitarlo para las iniciaciones superiores. El discípulo es llevado a fases críticas que lo hacen muy fuerte frente a las hostiles fuerzas del mundo y de la oscuridad. La conciencia del discípulo se va haciendo cada vez más amplia, en busca de la Infinitud y la Eternidad. La Fortaleza despertada le lleva a desarrollar la imperturbabilidad, la cual conlleva cierto riesgo de insensibilidad y dureza, por lo cual se procede a un segundo proceso de temple que ablanda el corazón espiritual, despertado en las altas estaciones alcanzadas. Esto le confiere flexibilidad, compasión, misericordia, pero más que eso una alta capacidad de contacto con las más sutiles dimensiones y seres espirituales. Se hace fuerte pero muy amoroso. Se hace imperturbable y a la vez un ser conectado.
El discípulo  ha de tener tenacidad para resistir impactos sin sufrir quebrantos y ductilidad y capacidad de conexión altamente sutil, para continuar su entrenamiento y combate interior con el ego, sin romperse o extraviarse por astrales caminos.

El templado puede realizarse  mediante discernimiento y devoción; aunque suele usarse el discernimiento para desarrollar fortaleza y la devoción para despertar al Amor infinito y al contacto superior.

Una vez forjada y templada la hoja, esta presenta un aspecto basto llamado bruto de forja. Para un buen acabado  o pulido, sometemos la hoja a la acción de la muela y la lija, haciendo los vaceos, filos y terminación de la punta, pasando cada vez a  lijas cada vez más finas, hasta terminar con un pulido al espejo, que endurece la hoja y evita la oxidación rápida.

Los procesos de entrenamiento llevan al discípulo a hilar cada vez más fino, a fin de pulir imperfecciones del carácter y erradicar hasta el más mínimo hábito mental nocivo. El discípulo, a punto para ser un verdadero Iniciado de los misterios mayores, se convierte en un pulido espejo en el que la divinidad se refleja sin distorsiones psíquicas. Este pulido interior evita la recaída en niveles inferiores propios del ego.

Con el limado de la espada se trabajan los detalles que nos interesen, como la cruz de la espada o los rompe puntas.

Este proceso representa un refinamiento propio del linaje o confluencia de linajes a los que pertenece el discípulo y su Maestro. Los rompe puntas representan métodos de defensa psíquica frente a agresiones de seres de oscuridad que siempre estarán prestos a tender trampas al discípulo.

Una vez terminada la hoja montaremos la cruz, el puño de madera y el pomo, pasando todas las piezas a través de la espiga de la hoja (parte final de la hoja estrechada para albergar la empuñadura), sin ningún tipo de soldadura y debe ser más blanda que el resto de la hoja. Para finalizar, la espiga se remacha fuertemente sobre el pomo.

Son los pasos finales que convierten al discípulo en un Iniciado de alto grado listo para iniciar el proceso de la Maestría.

El Maestro herrero elige el buen acero, lo somete al intenso fuego de la forja, le da forma y plasticidad mediante el golpe del martillo y luego le da el temple necesario. Finalmente pule y abrillanta. Es así como logra una excelente espada que a la vez que hermosa es fuerte y flexible, la más bella arma para que pueda el caballero derrotar al enemigo y conquistar reinos y señoríos, derrotando al enemigo sin temor de ser herido.

El Maestro espiritual elige al buen discípulo, al que está bien dispuesto para ser transformado, al de corazón noble y oído receptivo. No lo busca jamás entre los soberbios, ni entre los serviles. Lo somete al poderoso fuego espiritual del entrenamiento, en la forja de su propia alma y lo lleva a un alto grado de pureza, usando el poderoso martillo de la disciplina, desarrollando en él una mente abierta, un carácter de fortaleza y alta confianza en sí mismo y en la Divinidad. Cada golpe es necesario, aunque duela,  para madurar, y el discípulo coloca su propia vida en el yunque del herrero hasta que tome forma. El Maestro le capacita mediante el discernimiento y el desapego, para que desarrolle el temple necesario para soportar las pruebas del camino y los constantes asedios de su propio ego y de los emisarios de la oscuridad.

Así, una vez forjado y templado el discípulo, se convertirá en la espada poderosa de su propio Ser, dispuesto a reconquistar el reino espiritual perdido y usurpado por el ego y sus esbirros y lacayos.

Pero a veces hay aceros que se quiebran bajo el golpe del martillo, aunque tengan la mezcla perfecta de carbón y hierro y hayan sido llevados a la temperatura ideal en la forja. Serán puestos a un lado y formarán ese herrumbroso arrume que suele apreciarse cerca del taller del herrero, a la espera del largo proceso mediante el cual la naturaleza los reintegrará a sus elementos mínimos, en busca de una nueva oportunidad.

A veces hay quienes siempre a madurar se niegan. Y cuando su ego es evidenciado, cuando el Maestro revela el ego oculto bajo la sombra del inconsciente o el resplandor de mentes demasiado abrillantadas con la falsa luz del intelecto, se resienten por el dolor sentido en el proceso, y escapan de él, huyendo rebeldes a los bosques de la soledad egoica. Vuelven entonces al montón de los que duermen y espera el lento girar de las ruedas del samsara, ese viejo molino de las vidas sucesivas que muele fino pero muy despacio, haciendo polvo todos los sueños mediante el peso del doloroso karma.

No hay acero sin carbón, ni espada sin herrero, y sin ella no hay guerrero, pues no se ablanda solo el acero y sin espada no hay reino. 

                                                                                            Alipur Karim(Sheikh Abdul Salam)