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sábado, 8 de noviembre de 2014

DISCIPULADO No. 17 LO QUE ERES



DISCIPULADO No. 17

LO QUE ERES




Te has preguntado alguna vez qué o quién eres en realidad?  Más allá de tu nombre, de tu profesión, de lo que haces, de tu nacionalidad, de tu género, de la edad que tienes, del papel que cumples en esta vida, ¿qué eres?

La inteligencia que te anima no proviene de tu cerebro, ni de tu mente. Cuando viniste a esta Tierra tu ser biológico comenzó por un diminuto huevo, más pequeño que la punta de un alfiler, que contenía toda la información de lo que ahora es tu organismo físico, al igual que una semilla lleva en sí misma un árbol en potencia. Durante los primeros días de gestación no había ni rastros del cerebro, ni del pensamiento como ahora lo usas. Una misteriosa inteligencia está asociada al fenómeno de la vida biológica. Una Inteligencia innata es la que creó el cerebro y es la que hace funcionar cada parte de tu cuerpo sin que tu mente racional, tu pensamiento, esté pendiente de ello. Esta Inteligencia no depende del conocimiento de tu memoria consciente.

Todos los corazones, los hígados, los riñones, los pulmones, los ojos, las manos, los intestinos de todos los seres humanos funcionan igual, independientemente de nuestras creencias y conocimientos. Es la misma Inteligencia la que nos anima. Es una Inteligencia Universal. Es la misma que anima al cristal, a la roca burda, a la planta, al animal y a la galaxia, siguiendo maravillosos patrones de organización geométrica, matemática y funcional.

Sea lo que sea que eres, tienes esa Inteligencia. Esa es tu Sabiduría verdadera pero no puedes verla con tu pensamiento ordinario. Ella trabaja en silencio y tu mente hace mucha bulla, un ruido incesante que en algunos tiene conexión directa y automática con lengua. Si quieres percibirla de verdad debes aprender a sobrepasar a tu mente parlanchina; debes ir más allá del pensamiento. Allí queda el reino interior, la fuente de toda Inteligencia real, la fuente de toda potencialidad, una fuente infinita, ilimitada, sin tiempo, eternamente presente. Allí reside el Ser que realmente eres, el Único ser existente.

Todo lo demás que creas que eres es una invención del ego, una mera ilusión que se desvanece en el ilusorio tiempo, como nube que arrastra el viento. Y si no lo crees espérate mil años y verás lo que queda de tu sueño egóico.

 Solo lo que es, el Ser Real, permanece para siempre.
¿Quién eres? ¿Acaso un ser humano que sueña que está vivo, deseando alcanzar el Ser Infinito?
Eres el Ser Infinito, dormido, soñando que es un ser humano. Despierta ya!
 Termina con esta pesadilla.

¿Qué o quién soy  en realidad? He aquí la pregunta fundamental que debe plantearse todo verdadero aspirante espiritual. El encarar esta cuestión es el trabajo fundamental que determina si en realidad estamos en un proceso de despertar hacia la liberación o no.

Las escuelas espirituales enseñan que el ser humano es un Espíritu individual, una Chispa de una flama Divina, un alma inmortal, un Ego, un Yo Superior, términos abstractos que tan solo llenan el espacio de una respuesta pero que no resuelven con profundidad el interrogante y en cambio dejan la sensación de que somos entes separados de la Divinidad, viviendo en ella, dentro de ella o fuera quizás. Vivimos casi todo el tiempo en ausencia de la consciencia de nuestra propia realidad, sumidos en la ilusión de la separatividad.

Desde esta perspectiva asumimos el papel de caminantes de un sendero especial, el camino de la espiritualidad, que nos lleva hacia una salvación, redención o liberación de nuestras ataduras en esta tierra, un sendero que nos conduce hacia Dios. Pero esta visión identifica a Dios como alguien distinto de nosotros. Es una visión desde la dualidad, desde el propio vicio ilusorio que genera la creación. Es una visión desde el yo, un yo que mira hacia la Divinidad, la cual tal vez gobierna en una esfera distante arriba de nosotros, en un mundo sutil que es su lugar privado y al cual aspiramos a llegar por merecimiento, si cumplimos una serie de requisitos basados en un código de conducta totalmente dual, en el que prevalece la división entre el bien y el mal, entre lo correcto y lo incorrecto, entre lo justo y lo injusto, entre algo y su opuesto, y suponiendo que Dios está tan solo siempre del lado de lo bueno, de lo correcto, de lo hermoso, de lo justo, de la luz,  y  dando por sentado que se opone a lo contrario, como algo que está fuera de Él,  aunque de otro lado afirmemos que todo cuanto existe es su obra. 

Esto sucede porque hemos aprendido a definir la realidad a partir de nuestras percepciones sensoriales, y hemos adoptado como método de conocimiento el proceso de raciocinio y síntesis que se deriva de nuestras concepciones, formadas a partir de las limitadas apreciaciones de los sentidos. Hemos definido un mundo dividido en partes, un universo discontinuo, y a eso le hemos llamado realidad. Nuestros ojos no están diseñados para ver todo lo que existe. Nuestros oídos no pueden escuchar todas las vibraciones. Nuestros sentidos no pueden percibir la Realidad. Solo perciben una limitada cantidad de vibraciones, provenientes de la Realidad, y con esa pequeña muestra construimos en nuestra mente un universo de imágenes, de formas, nombres y conceptos. Y nuestra idea de lo que somos suele estar ajustada a este criterio.

Jamás, mientras estamos en este sueño ilusorio, se nos ocurre pensar si habrá alguna otra forma de conocimiento, más allá de la limitada percepción sensorial. Nos hemos puesto de acuerdo en una cosmovisión y nos apegamos a ella como lo único válido. Y esta visión ilusoria de un universo discontinuo, formado por seres separados, nos llevó a clasificarlos, a nombrarlos y a categorizarlos como buenos o malos, bellos o feos deseables o indeseables, siempre en esa obsesiva manera de medir las cosas y calificarlas en uno de dos opuestos polares. Y la ilusión de la separatividad condujo a la idea de un espacio entre lo separado y de un tiempo requerido para recorrer ese espacio e ir de una cosa a otra.

Antes de la creación, El absoluto, en su infinita soledad, hizo dentro de sí un vacío de consciencia de Sí mismo y en él creó la Mente cósmica, con la cual ideó el juego de la creación. Este juego consiste en verse a Sí mismo a través de la multiplicidad, pero siendo Él Uno, sin división, debió crear un velo para ocultarse de la Unidad, en el vacío, y bajo este velo la unidad pareció dividirse en dos fuerzas, dos polos, yang y yin, positivo y negativo, generación  y destrucción. Jugó a mantenerlas en equilibrio y esto generó una tercera fuerza llamada conservación, donde los dos polos luchan entre sí y mantienen la ilusión de estabilidad y de estructura, en un universo que es  inestable, mutable, en movimiento incesante, en el cual se cumple siempre la ley de la impermanencia de toda aparente forma.

Cuando algo surge, nace, la fuerza de creación o generación  prevalece para dar lugar a la cristalización de energías que dan la ilusión de seres separados, pero la fuerza de destrucción comienza a operar y gana terreno en tanto que su opuesta mengua, haciéndose al final prevaleciente. En el equilibrio hay aparente conservación de un estado, un evento, una forma,  un ser. La fuerza de generación genera el anabolismo universal o fuerza de construcción o síntesis, en tanto que la fuerza de destrucción constituye el catabolismo universal  o fuerza de desintegración. El equilibrio de los dos genera la fuerza de conservación  que llamamos vida.

Toda la creación es el resultado de la operación de estas tres fuerzas, que en realidad actúan simultáneamente, luchando por su predominancia, siguiendo un ritmo cósmico de generación, conservación, destrucción, que da lugar, bajo el velo de la ilusión del tiempo, al nacimiento, a la vida y a la muerte de criaturas, de planetas,  de rondas o revoluciones cósmicas, de kalpas o períodos mundiales de creación, de esquemas solares, de vidas galácticas y de manifestaciones cósmicas, repitiendo una y otra ve,z a nivel macro y micro cósmico el esplendoroso juego de la creación, el cual termina cuando la Consciencia Infinita, que en realidad permea a través de todo lo existente, aflora en plenitud de consciencia y se observa a Sí misma como lo Único siempre existente.

La ilusión de ser seres separados, creada por el velo de la ilusión, nos hace ver todas las cosas desde esta dualidad y nos lleva a creer que somos simples entes imperfectos que debemos hallar la perfección mediante un proceso llamado evolución o movimiento ordenado en el espacio y el tiempo. Esta visión nos lleva a la creación de códigos de comportamiento, que se ajustan al cumplimiento de uno de los dos polos en los cuales hemos clasificado todas las cosas, lo cual a su vez nos lleva a aceptar o rechazar la Realidad que surge en el eterno presente, según si nos conviene, de acuerdo con nuestras expectativas. Surge así el mar tempestuoso de  los sentimientos y las emociones, que nos ponen de parte o en contra del presente, y los deseos de que la realidad aparente suceda de tal o cual modo. Esto opera como un gigantesco remolino de fuerzas que generan un proceso de precipitación de energías,  que cristalizan en eventos de una encarnación y nos generan apegos y deseos de que las cosas que anhelamos permanezcan, en tanto que las que rechazamos desaparezcan, creando así odios y amores que nos encadenan en la Rueda de las encarnaciones. Esto da lugar un mecanismo disolvente, la fuerza destructiva,  que busca deshacer las cristalizaciones, mediante un equilibrio neutralizante de las fuerzas que perturbamos mediante nuestras emociones, sentimientos, deseos y pensamientos. Esto es la Ley de causa y Efecto, la cual obviamente solo opera en cuanto que funcionemos desde una visión dualista del Cosmos.

La Divinidad genera, en su juego de ilusión, para verse desde la multiplicidad, un patrón de creación que se refracta en infinitos patrones de organización o arquetipos de estructura y arquetipos dinámicos, para cada cosa precipitada, en cualquier nivel vibratorio generado por el desequilibrio de las fuerzas, de suerte que toda la creación opera por resonancia con el Arquetipo original diseñado en la Mente Divina. Así fueron creadas las estructuras que llamamos cuerpo físico, etérico, astral, mental y así fueron precipitados los mundos, planos y niveles de vibración.

El velo de la ilusión que cegó la creación misma, como un recurso de la Divinidad para ocultarse de su perenne Unidad, generó la apariencia de miríadas de Jerarquías de seres y oleadas de vida, con diferentes grados de consciencia, que van desde la absoluta inconsciencia hasta la omnisciencia. En realidad, tras el velo de la Ilusión, El Absoluto permea la creación misma y se expresa en la totalidad de lo que es. En el hombre, fluye a través de un juego complejo de vehículos o cuerpos y, por efecto del velo, forma un remolino, provocado por las fuerzas de generación y destrucción en constante batalla. Ese remolino es el yo, la consciencia de individualidad, que no es otra cosa que la misma Divinidad cegada por la ilusión, creada por Sí mismo para ocultarse en su juego del escondite. Bajo esta ilusión se identifica con diversas partes aparentes de una estructura compleja, creyendo ser la estructura simplemente, aislada, separada. A veces cree ser un cuerpo biológico. En ocasiones cree ser el mar de emociones y sentimientos y otras veces cree ser el pensamiento, un conjunto de recuerdos, una historia animada por deseos generados por expectativas imaginarias. En  la ilusión del tiempo y de la imperfección se plantea metas, expectativas, retos, senderos, requisitos, códigos de comportamiento. Ha olvidado por completo que es la misma Eternidad, el equilibrio perfecto, la omnisciencia, la potencialidad pura y la infinitud.

Pero es difícil, atrapado bajo el velo de la ilusión, romper la creencia en la individualidad. Tal vez el proceso de la muerte nos ayude a recordar lo que somos. Afortunadamente, en esta trampa de la Rueda de las encarnaciones, en las que rodamos incesantemente, la vida nos hace el favor de matarnos, en el sofisma del tiempo, para tratar de romper el velo y terminar el juego del escondite.

Al morir, nuestro cuerpo va al horno crematorio. La fuerza de destrucción operante devuelve las estructuras física y etérica a sus elementos originales. El agua se evapora y vuelve al agua. El cuerpo reducido a cenizas devuelve el material prestado a la Madre Tierra y el éter del cuerpo etérico vuelve al cuerpo etérico planetario. De eso no queda nada que no sea la insistente información de ser individuales, y la historia sintética contenida en los átomos simientes, paquetes de fuerzas concentradas que guardan  memorias de estructura, viciadas por la interferencia del yo. Después de algunos años del llamado purgatorio una experiencia astral generada por nuestra propia visión dual y nuestros códigos, en la que batallamos entre la pureza y la culpa, la estructura astral se disuelve en el mar astral terrestre y de ella no queda nada que sea medible o que tenga forma alguna. Y años después siguiendo la ruta ilusoria del tiempo también la mente se disuelve y cesa el cacareo de la mente con toda sus imágenes, conceptos, pensamientos y recuerdos y toda esa energía se disuelve en el océano de vibraciones mentales del planeta.

 ¿Qué queda entonces? El espíritu, dirán algunos. Y, ¿cuál es su medida?, ¿cuál su límite? Oh! Es ilimitado! dirán otros. ¡Es la chispa de la Llama que a imagen y semejanza de la Divinidad no tiene medida, ni forma! Y si es ilimitado, y en realidad que lo es, ¿acaso no es ilimitado también el de todo otro que haya muerto? Ilimitado significa sin límite, sin borde alguno. Así que solo puede haber en definitiva un solo ser Ilimitado. No puede haber dos porque tendría que haber un espacio de separación y esto haría cesar su condición de ilimitados. Y si Dios, la Divinidad, El Absoluto es el Eterno Ilimitado solo puede ser Él. No puede haber un Dios Ilimitado y otro ser Ilimitado. No es posible la existencia de más de un Ilimitado y este es el Uno sin segundo, de tal suerte que es Él quien en realidad permea las estructuras de todo otro aparente ser, disfrazado en la multiplicidad, bajo el velo de la ilusión.

Así que en realidad el yo es un mito, una ficción, no hay tal ser separado recorriendo un camino hacia Dios para alcanzar la liberación. Solo es el Eterno Ilimitado quien vive tratando de liberarse del remolino del yo para terminar su juego. Solo es el Eterno Ilimitado quien permea toda aparente estructura de cualquier criatura del Universo, sin espacio, sin tiempo, en Eterno presente. Es como el agua del río de la vida eterna que fluye en busca del océano, que sigue siendo agua, tratando de disolver los remolinos que se han formado por el enfrentamiento de fuerzas opuestas,  que no son otra cosa que agua que se quiere comer todo lo que sea atrapado por su movimiento centrífugo.

Así mismo, el yo individual, un remolino de Divinidad creado por las fuerzas bipolares, se cree separado de las Madres aguas del Ser y quiere tragarse el mundo entero en su movimiento centrífugo de egoísmo, obnubilado y ciego por el velo de la ilusión que se ha echado encima. Así como el remolino no es más que agua en movimiento, el yo no es más que Divinidad en movimiento, creado por el flujo de fuerzas del río de la Creación.

La ilusión del yo debe ser disuelta. El velo debe ser levantado. Tú eres el Ser Infinito, el Único Ser, el Uno sin segundo, y todos los aparentes seres de la creación igualmente lo son en simultaneidad, en conexión y sincronicidad perfectas, en un Universo continuo, sin espacio, sin tiempo .

Hasta que no se comprenda a cabalidad esta Realidad, la Única Realidad, no se estará en verdad en un proceso espiritual para despertar la Consciencia Divina, que dormita y sueña con ser una multiplicidad de yoes . La mente es básicamente el estorbo principal porque el yo está fuertemente arraigado en ella. Las creencias distorsionadas, almacenadas en los pesados baúles de nuestra memoria, perturban el apacible lago de la estructura astral, creando tormentas de emociones y sentimientos, y levantando huracanes de deseos que arrastran en vertiginosos remolinos a la fuerza vital, distorsionando los patrones perfectos de organización, creando la enfermedad, la ignorancia, el apego y la inercia, y activando la fuerza destructiva equilibrante que conduce a la ilusión de la muerte.

Podemos hacer este proceso de liberación simple o complejo. Si queremos complicarnos, diseñaremos un sendero lleno de requisitos, metas cosas a alcanzar, seres a encontrar, reconocimientos a lograr. Si es así, solo estamos gravitando en nuestro propio remolino del yo individual, y caeremos en trampas de austeridad extrema, de rigidez e inflexibilidad, de fanatismo y separatismo, de rituales rutinizantes,  y en lugar de hallar la liberación estaremos en la más grande esclavitud, alejados de la Consciencia de Unidad con todo y con todos, hipnotizados en una ilusión de especialidad, que no es otra cosa que uno de los finos tejidos del complejo velo de la ilusión.

Podemos tener una dieta como para un ángel, vivir rodeado de altares y flores, entonar dulces cánticos, respirar como un yogui, jugar al juego de ser buenos para ganar merecimientos, pero si no hemos cambiado nuestra percepción dualista, si no hemos limpiado la mente de todo condicionamiento, para ver claramente, no habremos hecho nada, aunque llevemos decenas de años pretendiendo caminar en el sendero o perteneciendo a una organización espiritual de renombre.

Si queremos hacerlo sin complicaciones, lo cual no significa que sea fácil, pues el misterio se resuelve en el equilibrio de los opuestos, ni difícil ni fácil, entraremos directamente en la erradicación de la ignorancia y el apego, mediante la práctica de la meditación y la devoción. La primera busca la erradicación de las identificaciones para la disolución del yo y la segunda busca la renuncia a los apegos y el enfoque único en el Eterno Ilimitado.

Así como la vida nos da el regalo de la muerte entre encarnaciones, nos da también el regalo de la meditación, una puerta al infinito. Meditar es como morir y resucitar desde lo corruptible a lo incorruptible.
Pero meditar no es visualizar, ni soñar, ni evadirse en imaginaciones, ni divagar de pensamiento en pensamiento, o de emoción en emoción, ni embriagarse en el sutil vino de los sentimientos.

Durante la meditación renunciamos al método de la percepción sensorial  como fuente de obtención de datos para el proceso del conocimiento. Si alcanzamos la perfecta relajación y quietud, la consciencia se ausenta de la identificación con el cuerpo. Luego se ausenta de las sensaciones energéticas y posteriormente busca aquietar el huracán astral. Rompe el velo astral, mediante el proceso de comprensión de que emociones y sentimientos son fuerzas que surgen cuando el viento de las expectativas sacude con violencia el mar sereno de la realidad presente que aflora sin esfuerzo, al no estar el yo de acuerdo con ella. Centra  la consciencia su atención en el pensamiento y ve pasar todas las imágenes contenidas en la memoria, que desfilan en el escenario del tiempo, vagando del pasado al futuro y viceversa. Pero va aún más allá y rompe el velo mental, centrando la atención en el proceso de atender al presente, que surge en el silencio, sin historia y sin expectativas, y entra en el campo del intelecto puro, del pensamiento inmaculado, sin espacio, sin tiempo, sin inquietud, sin límites, allí donde la sabiduría que fluye a través de todo lo que existe lo hace en simultaneidad, sin pensamientos, sin construcciones de la lógica, sin recurrir a la memoria.

En este estado, la Consciencia se observa a sí misma, comprendiendo simplemente y permitiendo que fluya la Sabiduría, el Conocimiento intuicional, en un proceso sin palabras que te permite saber sin que medie un mecanismo dialéctico de indagación, sin especulación y lejos de toda duda. En ese instante de atención presente, siempre en el presente e ininterrumpido, se está en igual condición que al final del proceso de la muerte, pero en simultaneidad con toda la estructura física, energética, astral y mental, en quietud. El proceso suele interrumpirse cuando las fuerzas latentes del yo contenidas en el inconsciente afloran para recrear el remolino de identificación con la individualidad. Pero ante la insistencia  de la Consciencia, en un real proceso de autoconocimiento, puede lograrse la continuidad de la atención en el presente, en perfecta inmutabilidad. La Consciencia levanta entonces el tercer velo, el velo espiritual y completando así su escape de los tres velos que conforman el gran velo de la ilusión, y disuelve toda cristalización mental, todo estado de dualidad, logrando perpetuarse en la no dualidad, en la infinitud, en la omnisciencia, al verse en su plena Realidad como  el Uno sin segundo. Eso es liberación.

El proceso espiritual no es un camino en el que un yo individual se libera de algo para lograr la consciencia de la Divinidad y alcanzar la Unidad con el Todo. Es un proceso de entrenamiento intenso en el que la Consciencia Única se libera de la falacia del yo, rompiendo el velo de la ilusión, en el que a sí misma se envolvió para ocultar su Unidad y poder verse desde la multiplicidad, de la cual emerge ahora, para verse a sí misma en su plena potencialidad.

La Divinidad se libera del yo y con ella derrumba su castillo, ese feudo en el que imperaba la dualidad, la separatividad, la ilusión, la ignorancia y el Karma, todos los cuales desaparecen cuando la luz irrumpe.

Alipur Karim

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