DISCIPULADO No. 17
LO QUE ERES
Te has preguntado alguna vez qué o quién eres en
realidad? Más allá de tu nombre, de tu
profesión, de lo que haces, de tu nacionalidad, de tu género, de la edad que
tienes, del papel que cumples en esta vida, ¿qué eres?
La inteligencia que te anima no proviene de tu cerebro, ni de tu mente. Cuando viniste a esta Tierra tu ser biológico
comenzó por un diminuto huevo, más pequeño que la punta de un alfiler, que
contenía toda la información de lo que ahora es tu organismo físico, al igual
que una semilla lleva en sí misma un árbol en potencia. Durante los primeros
días de gestación no había ni rastros del cerebro, ni del pensamiento como
ahora lo usas. Una misteriosa inteligencia está asociada al fenómeno de la vida
biológica. Una Inteligencia innata es la que creó el cerebro y es la que hace
funcionar cada parte de tu cuerpo sin que tu mente racional, tu pensamiento,
esté pendiente de ello. Esta Inteligencia no depende del conocimiento de tu
memoria consciente.
Todos los corazones, los hígados, los riñones, los
pulmones, los ojos, las manos, los intestinos de todos los seres humanos
funcionan igual, independientemente de nuestras creencias y conocimientos. Es
la misma Inteligencia la que nos anima. Es una Inteligencia Universal. Es la
misma que anima al cristal, a la roca burda, a la planta, al animal y a la
galaxia, siguiendo maravillosos patrones de organización geométrica, matemática
y funcional.
Sea lo que sea que eres, tienes esa Inteligencia. Esa es tu Sabiduría verdadera pero no puedes verla con tu pensamiento ordinario. Ella trabaja en silencio y tu mente hace mucha bulla, un ruido incesante que en algunos tiene conexión directa y automática con lengua. Si quieres percibirla de verdad debes aprender a sobrepasar a tu mente parlanchina; debes ir más allá del pensamiento. Allí queda el reino interior, la fuente de toda Inteligencia real, la fuente de toda potencialidad, una fuente infinita, ilimitada, sin tiempo, eternamente presente. Allí reside el Ser que realmente eres, el Único ser existente.
Todo lo demás que creas que eres es una invención del ego, una mera ilusión que se desvanece en el ilusorio tiempo, como nube que arrastra el viento. Y si no lo crees espérate mil años y verás lo que queda de tu sueño egóico.
Solo lo que
es, el Ser Real, permanece para siempre.
¿Quién eres? ¿Acaso un ser humano que sueña que está vivo, deseando alcanzar el Ser Infinito?
Eres el Ser Infinito, dormido, soñando que es un ser humano. Despierta ya! Termina con esta pesadilla.
¿Quién eres? ¿Acaso un ser humano que sueña que está vivo, deseando alcanzar el Ser Infinito?
Eres el Ser Infinito, dormido, soñando que es un ser humano. Despierta ya! Termina con esta pesadilla.
¿Qué o quién soy
en realidad? He aquí la pregunta fundamental que debe plantearse todo
verdadero aspirante espiritual. El encarar esta cuestión es el trabajo
fundamental que determina si en realidad estamos en un proceso de despertar
hacia la liberación o no.
Las escuelas espirituales enseñan que el ser humano
es un Espíritu individual, una Chispa de una flama Divina, un alma inmortal, un
Ego, un Yo Superior, términos abstractos que tan solo llenan el espacio de una
respuesta pero que no resuelven con profundidad el interrogante y en cambio
dejan la sensación de que somos entes separados de la Divinidad, viviendo en
ella, dentro de ella o fuera quizás. Vivimos casi todo el tiempo en ausencia de
la consciencia de nuestra propia realidad, sumidos en la ilusión de la
separatividad.
Desde esta
perspectiva asumimos el papel de caminantes de un sendero especial, el camino
de la espiritualidad, que nos lleva hacia una salvación, redención o liberación
de nuestras ataduras en esta tierra, un sendero que nos conduce hacia Dios.
Pero esta visión identifica a Dios como alguien distinto de nosotros. Es una
visión desde la dualidad, desde el propio vicio ilusorio que genera la
creación. Es una visión desde el yo, un yo que mira hacia la Divinidad, la cual
tal vez gobierna en una esfera distante arriba de nosotros, en un mundo sutil
que es su lugar privado y al cual aspiramos a llegar por merecimiento, si
cumplimos una serie de requisitos basados en un código de conducta totalmente
dual, en el que prevalece la división entre el bien y el mal, entre lo correcto
y lo incorrecto, entre lo justo y lo injusto, entre algo y su opuesto, y
suponiendo que Dios está tan solo siempre del lado de lo bueno, de lo correcto,
de lo hermoso, de lo justo, de la luz, y dando
por sentado que se opone a lo contrario, como algo que está fuera de Él, aunque de otro lado afirmemos que todo cuanto
existe es su obra.
Esto sucede porque hemos aprendido a definir la
realidad a partir de nuestras percepciones sensoriales, y hemos adoptado como
método de conocimiento el proceso de raciocinio y síntesis que se deriva de
nuestras concepciones, formadas a partir de las limitadas apreciaciones de los
sentidos. Hemos definido un mundo dividido en partes, un universo discontinuo,
y a eso le hemos llamado realidad. Nuestros ojos no están diseñados para ver
todo lo que existe. Nuestros oídos no pueden escuchar todas las vibraciones.
Nuestros sentidos no pueden percibir la Realidad. Solo perciben una limitada
cantidad de vibraciones, provenientes de la Realidad, y con esa pequeña muestra
construimos en nuestra mente un universo de imágenes, de formas, nombres y
conceptos. Y nuestra idea de lo que somos suele estar ajustada a este criterio.
Jamás, mientras estamos en este sueño ilusorio, se
nos ocurre pensar si habrá alguna otra forma de conocimiento, más allá de la
limitada percepción sensorial. Nos hemos puesto de acuerdo en una cosmovisión y
nos apegamos a ella como lo único válido. Y esta visión ilusoria de un universo
discontinuo, formado por seres separados, nos llevó a clasificarlos, a
nombrarlos y a categorizarlos como buenos o malos, bellos o feos deseables o
indeseables, siempre en esa obsesiva manera de medir las cosas y calificarlas
en uno de dos opuestos polares. Y la ilusión de la separatividad condujo a la
idea de un espacio entre lo separado y de un tiempo requerido para recorrer ese
espacio e ir de una cosa a otra.
Antes de la creación, El absoluto, en su infinita
soledad, hizo dentro de sí un vacío de consciencia de Sí mismo y en él creó la
Mente cósmica, con la cual ideó el juego de la creación. Este juego consiste en
verse a Sí mismo a través de la multiplicidad, pero siendo Él Uno, sin
división, debió crear un velo para ocultarse de la Unidad, en el vacío, y bajo
este velo la unidad pareció dividirse en dos fuerzas, dos polos, yang y yin,
positivo y negativo, generación y
destrucción. Jugó a mantenerlas en equilibrio y esto generó una tercera fuerza
llamada conservación, donde los dos polos luchan entre sí y mantienen la
ilusión de estabilidad y de estructura, en un universo que es inestable, mutable, en movimiento incesante,
en el cual se cumple siempre la ley de la impermanencia de toda aparente forma.
Cuando algo surge, nace, la fuerza de creación o
generación prevalece para dar lugar a la
cristalización de energías que dan la ilusión de seres separados, pero la
fuerza de destrucción comienza a operar y gana terreno en tanto que su opuesta
mengua, haciéndose al final prevaleciente. En el equilibrio hay aparente
conservación de un estado, un evento, una forma, un ser. La fuerza de generación genera el anabolismo
universal o fuerza de construcción o síntesis, en tanto que la fuerza de
destrucción constituye el catabolismo universal
o fuerza de desintegración. El equilibrio de los dos genera la fuerza de
conservación que llamamos vida.
Toda la creación es el resultado de la operación de
estas tres fuerzas, que en realidad actúan simultáneamente, luchando por su
predominancia, siguiendo un ritmo cósmico de generación, conservación,
destrucción, que da lugar, bajo el velo de la ilusión del tiempo, al nacimiento,
a la vida y a la muerte de criaturas, de planetas, de rondas o revoluciones cósmicas, de kalpas
o períodos mundiales de creación, de esquemas solares, de vidas galácticas y de
manifestaciones cósmicas, repitiendo una y otra ve,z a nivel macro y micro cósmico
el esplendoroso juego de la creación, el cual termina cuando la Consciencia Infinita,
que en realidad permea a través de todo lo existente, aflora en plenitud de
consciencia y se observa a Sí misma como lo Único siempre existente.
La ilusión de ser seres separados, creada por el
velo de la ilusión, nos hace ver todas las cosas desde esta dualidad y nos
lleva a creer que somos simples entes imperfectos que debemos hallar la
perfección mediante un proceso llamado evolución o movimiento ordenado en el
espacio y el tiempo. Esta visión nos lleva a la creación de códigos de
comportamiento, que se ajustan al cumplimiento de uno de los dos polos en los
cuales hemos clasificado todas las cosas, lo cual a su vez nos lleva a aceptar
o rechazar la Realidad que surge en el eterno presente, según si nos conviene,
de acuerdo con nuestras expectativas. Surge así el mar tempestuoso de los sentimientos y las emociones, que nos
ponen de parte o en contra del presente, y los deseos de que la realidad
aparente suceda de tal o cual modo. Esto opera como un gigantesco remolino de
fuerzas que generan un proceso de precipitación de energías, que cristalizan en eventos de una encarnación
y nos generan apegos y deseos de que las cosas que anhelamos permanezcan, en
tanto que las que rechazamos desaparezcan, creando así odios y amores que nos
encadenan en la Rueda de las encarnaciones. Esto da lugar un mecanismo
disolvente, la fuerza destructiva, que
busca deshacer las cristalizaciones, mediante un equilibrio neutralizante de
las fuerzas que perturbamos mediante nuestras emociones, sentimientos, deseos y
pensamientos. Esto es la Ley de causa y Efecto, la cual obviamente solo opera
en cuanto que funcionemos desde una visión dualista del Cosmos.
La Divinidad genera, en su juego de ilusión, para
verse desde la multiplicidad, un patrón de creación que se refracta en
infinitos patrones de organización o arquetipos de estructura y arquetipos
dinámicos, para cada cosa precipitada, en cualquier nivel vibratorio generado
por el desequilibrio de las fuerzas, de suerte que toda la creación opera por
resonancia con el Arquetipo original diseñado en la Mente Divina. Así fueron
creadas las estructuras que llamamos cuerpo físico, etérico, astral, mental y
así fueron precipitados los mundos, planos y niveles de vibración.
El velo de la ilusión que cegó la creación misma,
como un recurso de la Divinidad para ocultarse de su perenne Unidad, generó la
apariencia de miríadas de Jerarquías de seres y oleadas de vida, con diferentes
grados de consciencia, que van desde la absoluta inconsciencia hasta la
omnisciencia. En realidad, tras el velo de la Ilusión, El Absoluto permea la
creación misma y se expresa en la totalidad de lo que es. En el hombre, fluye a
través de un juego complejo de vehículos o cuerpos y, por efecto del velo,
forma un remolino, provocado por las fuerzas de generación y destrucción en
constante batalla. Ese remolino es el yo, la consciencia de individualidad, que
no es otra cosa que la misma Divinidad cegada por la ilusión, creada por Sí
mismo para ocultarse en su juego del escondite. Bajo esta ilusión se identifica
con diversas partes aparentes de una estructura compleja, creyendo ser la
estructura simplemente, aislada, separada. A veces cree ser un cuerpo
biológico. En ocasiones cree ser el mar de emociones y sentimientos y otras
veces cree ser el pensamiento, un conjunto de recuerdos, una historia animada
por deseos generados por expectativas imaginarias. En la ilusión del tiempo y de la imperfección se
plantea metas, expectativas, retos, senderos, requisitos, códigos de
comportamiento. Ha olvidado por completo que es la misma Eternidad, el equilibrio
perfecto, la omnisciencia, la potencialidad pura y la infinitud.
Pero es difícil, atrapado bajo el velo de la
ilusión, romper la creencia en la individualidad. Tal vez el proceso de la
muerte nos ayude a recordar lo que somos. Afortunadamente, en esta trampa de la
Rueda de las encarnaciones, en las que rodamos incesantemente, la vida nos hace
el favor de matarnos, en el sofisma del tiempo, para tratar de romper el velo y
terminar el juego del escondite.
Al morir, nuestro cuerpo va al horno crematorio. La
fuerza de destrucción operante devuelve las estructuras física y etérica a sus
elementos originales. El agua se evapora y vuelve al agua. El cuerpo reducido a
cenizas devuelve el material prestado a la Madre Tierra y el éter del cuerpo
etérico vuelve al cuerpo etérico planetario. De eso no queda nada que no sea la
insistente información de ser individuales, y la historia sintética contenida
en los átomos simientes, paquetes de fuerzas concentradas que guardan memorias de estructura, viciadas por la
interferencia del yo. Después de algunos años del llamado purgatorio una
experiencia astral generada por nuestra propia visión dual y nuestros códigos,
en la que batallamos entre la pureza y la culpa, la estructura astral se
disuelve en el mar astral terrestre y de ella no queda nada que sea medible o
que tenga forma alguna. Y años después siguiendo la ruta ilusoria del tiempo
también la mente se disuelve y cesa el cacareo de la mente con toda sus
imágenes, conceptos, pensamientos y recuerdos y toda esa energía se disuelve en
el océano de vibraciones mentales del planeta.
¿Qué queda entonces?
El espíritu, dirán algunos. Y, ¿cuál es su medida?, ¿cuál su límite? Oh! Es
ilimitado! dirán otros. ¡Es la chispa de la Llama que a imagen y semejanza de
la Divinidad no tiene medida, ni forma! Y si es ilimitado, y en realidad que lo
es, ¿acaso no es ilimitado también el de todo otro que haya muerto? Ilimitado
significa sin límite, sin borde alguno. Así que solo puede haber en definitiva
un solo ser Ilimitado. No puede haber dos porque tendría que haber un espacio
de separación y esto haría cesar su condición de ilimitados. Y si Dios, la
Divinidad, El Absoluto es el Eterno Ilimitado solo puede ser Él. No puede haber
un Dios Ilimitado y otro ser Ilimitado. No es posible la existencia de más de
un Ilimitado y este es el Uno sin segundo, de tal suerte que es Él quien en
realidad permea las estructuras de todo otro aparente ser, disfrazado en la
multiplicidad, bajo el velo de la ilusión.
Así que en realidad el yo es un mito, una ficción,
no hay tal ser separado recorriendo un camino hacia Dios para alcanzar la
liberación. Solo es el Eterno Ilimitado quien vive tratando de liberarse del
remolino del yo para terminar su juego. Solo es el Eterno Ilimitado quien
permea toda aparente estructura de cualquier criatura del Universo, sin
espacio, sin tiempo, en Eterno presente. Es como el agua del río de la vida
eterna que fluye en busca del océano, que sigue siendo agua, tratando de
disolver los remolinos que se han formado por el enfrentamiento de fuerzas
opuestas, que no son otra cosa que agua
que se quiere comer todo lo que sea atrapado por su movimiento centrífugo.
Así mismo, el yo individual, un remolino de
Divinidad creado por las fuerzas bipolares, se cree separado de las Madres
aguas del Ser y quiere tragarse el mundo entero en su movimiento centrífugo de
egoísmo, obnubilado y ciego por el velo de la ilusión que se ha echado encima. Así
como el remolino no es más que agua en movimiento, el yo no es más que
Divinidad en movimiento, creado por el flujo de fuerzas del río de la Creación.
La ilusión del yo debe ser disuelta. El velo debe
ser levantado. Tú eres el Ser Infinito, el Único Ser, el Uno sin segundo, y
todos los aparentes seres de la creación igualmente lo son en simultaneidad, en
conexión y sincronicidad perfectas, en un Universo continuo, sin espacio, sin
tiempo .
Hasta que no se comprenda a cabalidad esta Realidad,
la Única Realidad, no se estará en verdad en un proceso espiritual para
despertar la Consciencia Divina, que dormita y sueña con ser una multiplicidad
de yoes . La mente es básicamente el estorbo principal porque el yo está
fuertemente arraigado en ella. Las creencias distorsionadas, almacenadas en los
pesados baúles de nuestra memoria, perturban el apacible lago de la estructura
astral, creando tormentas de emociones y sentimientos, y levantando huracanes
de deseos que arrastran en vertiginosos remolinos a la fuerza vital,
distorsionando los patrones perfectos de organización, creando la enfermedad,
la ignorancia, el apego y la inercia, y activando la fuerza destructiva
equilibrante que conduce a la ilusión de la muerte.
Podemos hacer este proceso de liberación simple o
complejo. Si queremos complicarnos, diseñaremos un sendero lleno de requisitos,
metas cosas a alcanzar, seres a encontrar, reconocimientos a lograr. Si es así,
solo estamos gravitando en nuestro propio remolino del yo individual, y
caeremos en trampas de austeridad extrema, de rigidez e inflexibilidad, de
fanatismo y separatismo, de rituales rutinizantes, y en lugar de hallar la liberación estaremos
en la más grande esclavitud, alejados de la Consciencia de Unidad con todo y
con todos, hipnotizados en una ilusión de especialidad, que no es otra cosa que
uno de los finos tejidos del complejo velo de la ilusión.
Podemos tener una dieta como para un ángel, vivir
rodeado de altares y flores, entonar dulces cánticos, respirar como un yogui, jugar
al juego de ser buenos para ganar merecimientos, pero si no hemos cambiado
nuestra percepción dualista, si no hemos limpiado la mente de todo
condicionamiento, para ver claramente, no habremos hecho nada, aunque llevemos
decenas de años pretendiendo caminar en el sendero o perteneciendo a una
organización espiritual de renombre.
Si queremos hacerlo sin complicaciones, lo cual no
significa que sea fácil, pues el misterio se resuelve en el equilibrio de los
opuestos, ni difícil ni fácil, entraremos directamente en la erradicación de la
ignorancia y el apego, mediante la práctica de la meditación y la devoción. La
primera busca la erradicación de las identificaciones para la disolución del yo
y la segunda busca la renuncia a los apegos y el enfoque único en el Eterno
Ilimitado.
Así como la vida nos da el regalo de la muerte
entre encarnaciones, nos da también el regalo de la meditación, una puerta al
infinito. Meditar es como morir y resucitar desde lo corruptible a lo
incorruptible.
Pero meditar no es visualizar, ni soñar, ni
evadirse en imaginaciones, ni divagar de pensamiento en pensamiento, o de
emoción en emoción, ni embriagarse en el sutil vino de los sentimientos.
Durante la meditación renunciamos al método de la
percepción sensorial como fuente de
obtención de datos para el proceso del conocimiento. Si alcanzamos la perfecta
relajación y quietud, la consciencia se ausenta de la identificación con el
cuerpo. Luego se ausenta de las sensaciones energéticas y posteriormente busca
aquietar el huracán astral. Rompe el velo
astral, mediante el proceso de comprensión de que emociones y sentimientos
son fuerzas que surgen cuando el viento de las expectativas sacude con
violencia el mar sereno de la realidad presente que aflora sin esfuerzo, al no
estar el yo de acuerdo con ella. Centra la consciencia su atención en el pensamiento y
ve pasar todas las imágenes contenidas en la memoria, que desfilan en el
escenario del tiempo, vagando del pasado al futuro y viceversa. Pero va aún más
allá y rompe el velo mental,
centrando la atención en el proceso de atender al presente, que surge en el
silencio, sin historia y sin expectativas, y entra en el campo del intelecto
puro, del pensamiento inmaculado, sin espacio, sin tiempo, sin inquietud, sin
límites, allí donde la sabiduría que fluye a través de todo lo que existe lo
hace en simultaneidad, sin pensamientos, sin construcciones de la lógica, sin
recurrir a la memoria.
En este estado, la Consciencia se observa a sí
misma, comprendiendo simplemente y permitiendo que fluya la Sabiduría, el
Conocimiento intuicional, en un proceso sin palabras que te permite saber sin que
medie un mecanismo dialéctico de indagación, sin especulación y lejos de toda
duda. En ese instante de atención presente, siempre en el presente e
ininterrumpido, se está en igual condición que al final del proceso de la
muerte, pero en simultaneidad con toda la estructura física, energética, astral
y mental, en quietud. El proceso suele interrumpirse cuando las fuerzas
latentes del yo contenidas en el inconsciente afloran para recrear el remolino
de identificación con la individualidad. Pero ante la insistencia de la Consciencia, en un real proceso de
autoconocimiento, puede lograrse la continuidad de la atención en el presente,
en perfecta inmutabilidad. La Consciencia levanta entonces el tercer velo, el velo espiritual y completando así su
escape de los tres velos que conforman el gran velo de la ilusión, y disuelve
toda cristalización mental, todo estado de dualidad, logrando perpetuarse en la
no dualidad, en la infinitud, en la omnisciencia, al verse en su plena Realidad
como el Uno sin segundo. Eso es
liberación.
El proceso espiritual no es un camino en el que un
yo individual se libera de algo para lograr la consciencia de la Divinidad y
alcanzar la Unidad con el Todo. Es un proceso de entrenamiento intenso en el
que la Consciencia Única se libera de la falacia del yo, rompiendo el velo de
la ilusión, en el que a sí misma se envolvió para ocultar su Unidad y poder
verse desde la multiplicidad, de la cual emerge ahora, para verse a sí misma en
su plena potencialidad.
La Divinidad se libera del yo y con ella derrumba
su castillo, ese feudo en el que imperaba la dualidad, la separatividad, la
ilusión, la ignorancia y el Karma, todos los cuales desaparecen cuando la luz
irrumpe.
Alipur
Karim
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