DISCIPULADO
No. 31
EL
TEMPLE DEL DISCÍPULO
El entrenamiento del discípulo es similar al proceso
tradicional de fabricación de una espada.El herrero debe tener en cuenta varios
pasos: la elección del acero, la forja, el temple, el pulido, el limado y el
acabado final. El herrero representa al Maestro, el acero al novicio, la forja,
el pulido y el limado representan el proceso, y el acabado final es el
discípulo iniciado, listo para la Maestría.
Lo primero que hay que comprender es que es el herrero
quien selecciona el acero y no al contrario. Es el Maestro herrero quien conoce cuál es la mezcla perfecta de hierro
y carbono (acero) adecuada para una
buena espada. El carbono representa al conocimiento y el hierro al candidato.
El aspirante, como el hierro debe ser fuerte,
pero suele ser demasiado dúctil y se dobla bajo el peso o el contacto
intenso de la lucha. El ignorante es fácilmente maleable y cede fácilmente a
las arremetidas argumentativas del ego y al efecto de quienes le rodean y
tratan de convencerle de que su nueva vía, lejos del mundano placer, es un gran
desatino. Si lo chantajean o lo amenazan
con intensidad, se doblará y cederá a las pretensiones egoicas. La ignorancia
hace al aspirante francamente vulnerable. Un poco de selecto conocimiento
espiritual es necesario, en una medida adecuada al tipo de mente del candidato.
Este aprendizaje, al igual que hace el carbono con el hierro, le hará fuerte
sin que pierda la flexibilidad. Le hará resistente, ampliando a su vez su
capacidad de recepción de la luz. Un exceso de conocimiento lo confundirá y lo
hará excesivamente sensible, tornándolo en alguien difícil de ser enseñado
debido a su alto nivel de condicionamiento mental, al igual que un exceso de carbono en el hierro impedirá
la forja pues hará al metal sensible al fuego. Se fundirá antes de ser llevado
a la temperatura necesaria para dar forma y longitud a la espada. Un acero
cargado de carboneo no puede ser forjado. Solo puede moldearse. Un
estudiante con orgullo intelectual y con la mente encasillada no puede ser
instruido en el conocimiento superior. Es el Maestro quien elige al candidato
cuando está a punto para el discipulado.
El
paso siguiente es la forja: una vez seleccionado un buen acero se procede a
forjarlo colocando el acero en la fragua, bien cubierto por el mineral, para
conseguir que, junto con la entrada de aire, el acero alcance la temperatura
deseada. Normalmente el espadero conoce la temperatura por el color del acero. A
partir de 300ºc el acero se vuelve gris
hasta que, pasando por el azul violeta, empieza a aparecer el rojo: normalmente
la temperatura de forja ideal lleva al metal al rojo cereza o máximo al rojo
claro a 800ºc -1200ºc, sin llegar al rojo blanco en el que el acero se vuelve
pastoso llegando en poco tiempo a su punto de fusión.
Una vez seleccionado el discípulo, se procede a
entrenarlo, cubierto y protegido por la
fuerza espiritual del Maestro, para que alcance el nivel de confianza y receptividad
requeridos para un entrenamiento iniciático. Normalmente, el Maestro conoce el
nivel del discípulo, quien va pasando, bajo su influencia, por diversos estados
de depuración, emocionales y mentales, hasta alcanzar el nivel de pureza, humildad, descondicionamiento, aceptación y
obediencia apropiados, lo cual garantiza la capacidad de recepción y la
resistencia frente a la poderosa luz y energía que recibirá en el proceso, pero
sin llevarlo al extremo de la sumisión o
esclavismo, el cual le hará endeble y le hará despertar un egoico deseo de
recompensa a cambio de su ciega obediencia. El Maestro despertará en su
discípulo la flexibilidad y el espíritu de un verdadero servidor y jamás hará
de él un ente servil o un rastrero adulador. Si el discípulo, en su ansia de
alcanzar rápidos resultados o beneficios especiales del Maestro llega a caer en
este estado, será alejado por el Maestro ya que esta indigna condición le hace
inútil para el proceso.
Una vez alcanzada la temperatura deseada, rápidamente se saca el hierro de la fragua y se le coloca sobre el yunque, procediendo a golpear con el martillo para estirar y trabajar, poco a poco, la forma y longitud que se busca. Como la duración del rojo es breve, para fabricar una hoja tienen que hacerse repetidas caldas, para poder seguir trabajando el hierro. Mediante la forja se endurece el metal pero se le va cambiando la estructura; los martillazos van comprimiendo los cristales del hierro (los metales tienen una estructura cristalina), uniéndolos entre sí para conseguir un determinado punto de dureza; pero si se sobrepasa, comenzará el debilitamiento del metal. Este punto es esencial porque, si no se alcanza, el metal no será tan duro, y si se supera, se podrán producir fracturas. La forja da forma al metal mediante el fuego y el martillo.
Una vez alcanzada la temperatura deseada, rápidamente se saca el hierro de la fragua y se le coloca sobre el yunque, procediendo a golpear con el martillo para estirar y trabajar, poco a poco, la forma y longitud que se busca. Como la duración del rojo es breve, para fabricar una hoja tienen que hacerse repetidas caldas, para poder seguir trabajando el hierro. Mediante la forja se endurece el metal pero se le va cambiando la estructura; los martillazos van comprimiendo los cristales del hierro (los metales tienen una estructura cristalina), uniéndolos entre sí para conseguir un determinado punto de dureza; pero si se sobrepasa, comenzará el debilitamiento del metal. Este punto es esencial porque, si no se alcanza, el metal no será tan duro, y si se supera, se podrán producir fracturas. La forja da forma al metal mediante el fuego y el martillo.
Una vez alcanzada la confianza y el nivel adecuados, se
saca al discípulo de su zona de confort, dada por la complacencia de la aceptación
por parte del Maestro y por el bienestar que se deriva de su compañía y fuego
espiritual, y se procede a trabajar fuertemente sobre su ego. El Maestro actúa
como revelador de este, mediante su fuego espiritual, usando diversos métodos
de pruebas y tareas, y hace que el discípulo sea consciente de sus distintas
facetas, y luego, si el desvergonzado ego del discípulo se campea orgulloso
frente al Maestro, al rojo vivo, pretendiendo estar en lo correcto, recibe el
martillazo espiritual necesario para doblegarlo. El Maestro golpea repetidas
veces el ego del discípulo, hasta donde éste lo soporta, y lo lleva nuevamente,
bajo el influjo de su fuego espiritual, para hacerlo dúctil y evitar que se
aplaste bajo el peso del entrenamiento. El discípulo se hace fuerte mediante
este proceso, eliminando poco a poco sus actitudes dramáticas, cuando es
recriminado por el Instructor, y dándose cuenta de que el Maestro no llama su
atención en vano, ni trata de fastidiarlo por puro capricho. Este punto es
esencial. Si el discípulo se lo toma como un ataque personal, rechaza el fuego
espiritual del Maestro y no puede hacerse dócil a las instrucciones, sufrirá
fuertes heridas en su ego que pueden alejarlo y hasta generar una ruptura con él.
Si el metal no se lleva repetidamente a la fragua para ser calentado por el
fuego, se quebrará bajo el golpe del martillo. Muchos son los llamados pero
pocos los escogidos. Si el discípulo no se hace humilde, no alcanzará la fuerza
necesaria. Si se resiente en el proceso, se quebrará. La forja representa el
fuego espiritual del Maestro y el martillo su estricta disciplina, los cuales
dan la forma arquetípica al verdadero discípulo.
Una
vez terminada la forja, procedemos al temple. Partiendo de un buen acero y una
buena forja, la fase más importante en una hoja de acero es el tratamiento
térmico, conocido popularmente como “templado o enfriado”. El primer paso del
tratamiento térmico es conseguir la temperatura “crítica” (a partir de la cual,
el acero cambia su estructura a austenita, en preparación para el
endurecimiento). Al mantener la temperatura un cierto periodo de tiempo, se
provoca el austenizado del acero, que es su estado básico, en el cual la
aleación se disuelve uniformemente en hierro.
El
acero enfriado rápidamente, al contacto con un líquido frío, aumenta al máximo
la dureza del mismo, por lo que resulta quebradizo. Por lo tanto, se procede a dar un segundo temple, llamado el
revenido, a fin de distender sus moléculas y quitar dureza al acero. Esto le
confiere flexibilidad. La temperatura de revenido suele ser entre 260 -300ºc.
Para
espadas de combate es preferible utilizar una hoja más blanda para evitar
fracturas. Una buena espada de combate ha de tener tenacidad para resistir
impactos sin sufrir fracturas y ductilidad, para deformarse sin romperse.
El
templado puede realizarse con agua o aceite, aunque suele usarse agua para el
templado y aceite para el revenido. El templado con agua produce un filo más
duro, mientras que las hojas templadas con aceite son más flexibles.
Una vez terminada la primera fase discipular de
adecuación, se procede al temple. Partiendo de una buena disposición y una
buena disciplina, y proceso de depuración, la fase más importante en un
entrenamiento discipular es el tratamiento que da el Maestro al discípulo con
el fin de capacitarlo para las iniciaciones superiores. El discípulo es llevado
a fases críticas que lo hacen muy fuerte frente a las hostiles fuerzas del
mundo y de la oscuridad. La conciencia del discípulo se va haciendo cada vez
más amplia, en busca de la Infinitud y la Eternidad. La Fortaleza despertada le
lleva a desarrollar la imperturbabilidad, la cual conlleva cierto riesgo de
insensibilidad y dureza, por lo cual se procede a un segundo proceso de temple
que ablanda el corazón espiritual, despertado en las altas estaciones
alcanzadas. Esto le confiere flexibilidad, compasión, misericordia, pero más
que eso una alta capacidad de contacto con las más sutiles dimensiones y seres
espirituales. Se hace fuerte pero muy amoroso. Se hace imperturbable y a la vez
un ser conectado.
El discípulo ha de
tener tenacidad para resistir impactos sin sufrir quebrantos y ductilidad y
capacidad de conexión altamente sutil, para continuar su entrenamiento y
combate interior con el ego, sin romperse o extraviarse por astrales caminos.
El templado puede realizarse mediante discernimiento y devoción; aunque
suele usarse el discernimiento para desarrollar fortaleza y la devoción para
despertar al Amor infinito y al contacto superior.
Una
vez forjada y templada la hoja, esta presenta un aspecto basto llamado bruto de
forja. Para un buen acabado o pulido, sometemos
la hoja a la acción de la muela y la lija, haciendo los vaceos, filos y
terminación de la punta, pasando cada vez a
lijas cada vez más finas, hasta terminar con un pulido al espejo, que
endurece la hoja y evita la oxidación rápida.
Los procesos de entrenamiento llevan al discípulo a
hilar cada vez más fino, a fin de pulir imperfecciones del carácter y erradicar
hasta el más mínimo hábito mental nocivo. El discípulo, a punto para ser un
verdadero Iniciado de los misterios mayores, se convierte en un pulido espejo
en el que la divinidad se refleja sin distorsiones psíquicas. Este pulido
interior evita la recaída en niveles inferiores propios del ego.
Con
el limado de la espada se trabajan los detalles que nos interesen, como la cruz
de la espada o los rompe puntas.
Este proceso representa un refinamiento propio del
linaje o confluencia de linajes a los que pertenece el discípulo y su Maestro.
Los rompe puntas representan métodos de defensa psíquica frente a agresiones de
seres de oscuridad que siempre estarán prestos a tender trampas al discípulo.
Una
vez terminada la hoja montaremos la cruz, el puño de madera y el pomo, pasando
todas las piezas a través de la espiga de la hoja (parte final de la hoja
estrechada para albergar la empuñadura), sin ningún tipo de soldadura y debe
ser más blanda que el resto de la hoja. Para finalizar, la espiga se remacha
fuertemente sobre el pomo.
Son los pasos finales que convierten al discípulo en un
Iniciado de alto grado listo para iniciar el proceso de la Maestría.
El
Maestro herrero elige el buen acero, lo somete al intenso fuego de la forja, le
da forma y plasticidad mediante el golpe del martillo y luego le da el temple
necesario. Finalmente pule y abrillanta. Es así como logra una excelente espada
que a la vez que hermosa es fuerte y flexible, la más bella arma para que pueda
el caballero derrotar al enemigo y conquistar reinos y señoríos, derrotando al
enemigo sin temor de ser herido.
El Maestro espiritual elige al buen discípulo, al que
está bien dispuesto para ser transformado, al de corazón noble y oído
receptivo. No lo busca jamás entre los soberbios, ni entre los serviles. Lo
somete al poderoso fuego espiritual del entrenamiento, en la forja de su propia
alma y lo lleva a un alto grado de pureza, usando el poderoso martillo de la
disciplina, desarrollando en él una mente abierta, un carácter de fortaleza y
alta confianza en sí mismo y en la Divinidad. Cada golpe es necesario, aunque
duela, para madurar, y el discípulo
coloca su propia vida en el yunque del herrero hasta que tome forma. El Maestro
le capacita mediante el discernimiento y el desapego, para que desarrolle el
temple necesario para soportar las pruebas del camino y los constantes asedios
de su propio ego y de los emisarios de la oscuridad.
Así, una vez forjado y templado el discípulo, se convertirá en la espada poderosa de su propio Ser, dispuesto a reconquistar el reino espiritual perdido y usurpado por el ego y sus esbirros y lacayos.
Así, una vez forjado y templado el discípulo, se convertirá en la espada poderosa de su propio Ser, dispuesto a reconquistar el reino espiritual perdido y usurpado por el ego y sus esbirros y lacayos.
Pero
a veces hay aceros que se quiebran bajo el golpe del martillo, aunque tengan la
mezcla perfecta de carbón y hierro y hayan sido llevados a la temperatura ideal
en la forja. Serán puestos a un lado y formarán ese herrumbroso arrume que
suele apreciarse cerca del taller del herrero, a la espera del largo proceso
mediante el cual la naturaleza los reintegrará a sus elementos mínimos, en
busca de una nueva oportunidad.
A veces hay quienes siempre a madurar se niegan. Y
cuando su ego es evidenciado, cuando el Maestro revela el ego oculto bajo la
sombra del inconsciente o el resplandor de mentes demasiado abrillantadas con
la falsa luz del intelecto, se resienten por el dolor sentido en el proceso, y
escapan de él, huyendo rebeldes a los bosques de la soledad egoica. Vuelven
entonces al montón de los que duermen y espera el lento girar de las ruedas del
samsara, ese viejo molino de las vidas sucesivas que muele fino pero muy
despacio, haciendo polvo todos los sueños mediante el peso del doloroso karma.
No
hay acero sin carbón, ni espada sin herrero, y sin ella no hay guerrero, pues no
se ablanda solo el acero y sin espada no hay reino.
Alipur Karim(Sheikh Abdul Salam)