DISCIPULADO No. 12
LA REALIDAD Y EL UNIVERSO
El aspirante
al discipulado debe experimentar una nueva forma de cognición, más allá del
pensamiento ordinario, cuya base fundamental es la memoria y el
condicionamiento. La consciencia debe trascender la fluctuación de la mente en
el espacio- tiempo y la dualidad. Para ello es necesario que el estudiante se
haga consciente de su actual estado de cognición.
Usualmente
aceptamos el hecho de la existencia de un universo que está fuera de nosotros
(dualidad) y nos asumimos como entidades individuales separadas, con capacidad
de observar este universo. Damos por hecho que nuestra percepción de lo que
existe es real y que quien percibe es un yo personal.
El supuesto
yo personal, eso que tú crees que eres, usa instrumentos especiales para
percibir, a los cuales llamamos órganos de los sentidos, agrupados en cinco
sistemas: sistema táctil, sistema olfativo, sistema gustativo, sistema visual y
sistema auditivo. Todos ellos están conectados al cerebro. A través de ellos,
el organismo viviente capta informaciones del entorno, denominadas
percepciones. Dichas informaciones son de carácter vibracional. El ojo capta
fotones cargados de bits de fuerza electromagnética que viajan desde la retina
hacia la parte posterior del cerebro a través del nervio óptico. Esto nos da la
cognición de la luz. El oído, a través del tímpano capta las pulsaciones del
aire respondiendo a ellas con vibración de esta delicada membrana. Esta
vibración estimula los nervios generando impulsos eléctricos que viajan a
través del nervio auditivo a una zona particular del cerebro. Esto da como
resultado nuestra cognición del sonido. El tacto, a través de la piel
principalmente, capta diferencias en el nivel o velocidad de vibración que,
convertidos en impulsos eléctricos, viajan vía los nervios sensoriales hacia el
cerebro y nos dan la cognición de lo que llamamos texturas, formas, variaciones
de temperatura, presión, dolor o diferencias de densidad entre otras.
Para recibir un sabor se necesita el estimulo de las
células receptoras del gusto o corpúsculos gustativos, ubicados en la lengua.
Los corpúsculos gustativos son los receptores del sabor y están ubicados
alrededor de las papilas gustativas. El corpúsculo gustativo estimulado inicia un
impulso nervioso que es conducido por las terminaciones sensitivas hasta los
nervios facial, vago y glosofaríngeo; y a través de ellos va a la médula espinal, el tálamo y de allí al cerebro, donde en el lóbulo parietal de la corteza, se emite como
respuesta la cognición de sensación gustativa.
El olfato es el sentido
encargado de captar los olores. Las sustancias odorantes que estimulan la
mucosa olfatoria son sustancias químicas volátiles transportadas por el aire.
Estas sustancias químicas son simplemente vibraciones específicas. La mucosa
olfatoria estimulada por estas partículas convierte el estímulo en impulso
nervioso, el cual viaja hacia el bulbo olfatorio, el sistema límbico, el
hipotálamo y finalmente hacia la corteza cerebral donde de hace consciente como
percepción olfativa o sabor.
Los cinco sentidos nos permiten tener
percepciones simplemente. Las percepciones son procesadas y son convertidas en
sensaciones, en el interior de nuestro cerebro. Para entender esas
sensaciones usamos la mente.
En general, se piensa en la mente como algo localizado en algún lugar de la
cabeza que nos permite ser conscientes, pero recientes hallazgos sugieren que la mente no reside
necesariamente en el cerebro sino que viaja por todo el cuerpo en caravanas de
hormonas y enzimas, ocupada en dar sentido a esas complejas percepciones que
recibimos de los sentidos. Mente y
materia, proceso y estructura, están inseparablemente conectados.
La interpretación de las
percepciones sensoriales da lugar literalmente a ese conjunto de imágenes,
nombres, formas y características o cualidades particulares que denominamos
objetos. Estas interpretaciones se archivan como información en el cerebro y
constituyen la memoría. Todo eso ocurre siempre en lo que llamamos nuestro
interior, esa simbiosis entre mente y cuerpo. Allí, en ese mundo mental es
donde realmente alumbramos el universo que creemos que existe fuera de
nosotros. En lo que llamamos afuera, más allá de nuestra piel, solo existe eso
que llamamos vibraciones. En realidad no hay allí nada como los objetos o los
seres. Todas esas percepciones interpretadas son meras conceptualizaciones que
han dado lugar a una cosmovisión o visión mental particular del cosmos, lo cual
equivale a decir, aunque parezca chocante, que no hay allí afuera un universo
como el que creemos que existe. De hecho, ni siquiera las vibraciones
percibidas por los sentidos llegan a la mente como tales sino transformadas en
impulsos nerviosos que no son otra cosa que corrientes
electroquímicomagnéticas, a partir de las cuales nuestra mente construye su
propia deformación de la realidad, eso que los antiguos sabios denominaron Maya.
Esta mente ordinaria es en
realidad el pensamiento convencional. El conjunto de sus observaciones es la
memoria y contiene registros de nuestra experiencia, palabra a la que le hemos
dado un gran valor pero que no es otra cosa que nuestra propia versión
interpretativa y subjetiva de una realidad que no somos incapaces de percibir
por este medio mental.
El yo ordinario resulta ser una
sumatoria de experiencias subjetivas creadas por la actividad cerebral y el
pensamiento convencional con el fin de crear un sistema de referencia para la
conducta. La mayoría de los seres humanos no experimentan casi nunca ninguna
otra forma de consciencia, así que cuando creen percibir a su alrededor el universo, el cual confunden
con la realidad, solo están viendo sus propias mentes.
En realidad solo tenemos
nuestras percepciones, esas sensaciones de un fugaz e ilusorio presente que
rápidamente se convierte en pasado. La ilusión del presente es creada por la
mente porque en realidad no lo podemos percibir más allá del silencio mental.
Las sensaciones que interpretamos son variaciones codificadas de las
vibraciones percibidas, las cuales han viajado a desde el aparente emisor
externo hasta el órgano de percepción, algunas a la velocidad de la luz, otras
a la velocidad del sonido y las más cercanas, finalmente a la velocidad del
impulso nervioso. Para cuando llegan al cerebro ya ha transcurrido algún tiempo
desde la perspectiva de la mente acostumbrada a medir los cambios mediante esa
figura, es decir, ya el presente se ha fugado y la percepción consciente
corresponde a algo que ya ha sucedido. Literalmente, no percibimos el presente
sino el pasado, lo cual representa una paradoja interesante.
Pero en realidad el tiempo es
también una invención de la mente. Es solo un proceso mental adaptado para
percibir los cambios de eso que llamamos universo. La física relativista de
Lorentz y de Eistein han demostrado que, lejos de ser una constante, el tiempo
es relativo y depende por entero de la velocidad de desplazamiento. A la
velocidad de la luz los relojes se detienen por completo, es decir no existe el
tiempo. Todos hemos sin duda vivenciado las variaciones de la sensación del
paso del tiempo según nuestro estado emocional. En los momentos placenteros el
tiempo parece volar en tanto que en los momentos que consideramos difíciles el
tiempo parece detenerse. Igual sucede con el paso de los años. Lo que en la
infancia parecía un tiempo muy largo ahora se escurre en un santiamén. No
obstante, la tierra sigue girando a la misma velocidad sobre sí misma y
alrededor del sol, lo cual haría los días y los años de igual duración
independientemente de nuestras sensaciones.
La ilusión del tiempo es hija
de la ilusión del espacio, la cual a la vez surge de nuestra manía de creer que
existen cosas separadas. La física cuántica ha hecho incontables experimentos
que demuestran que el espacio o distancia no es una realidad para las
partículas entrelazadas. Es nuestra percepción la que al poner límites a las
vibraciones y llamarlas objetos crea el espacio vacío, desconociendo que haya
otras vibraciones no perceptibles para nuestros instrumentos y que conecten lo
que creemos desconectado.
Las últimas investigaciones científicas desconocen
tal cosa como un espacio vacío y afirman que eso que llamábamos espacio está
vivo de realidad potencial a punto de precipitarse, al ser captada por un
perceptor u observador. Tiempo y espacio no tienen realidad independiente fuera
de nosotros y son solo procesos del mecanismo de percepción animal. Dicho en
términos sencillos, el espacio-tiempo es una creación mental tan irreal como el
universo externo que alumbramos en el interior de nuestra cabeza.
Tiempo y espacio son creaciones de adaptación de la mente al interpretar las percepciones de la realidad. No hay un mundo interior que nos pertenezca y un mundo exterior para ser examinado. El observador y lo observado son la misma cosa.El universo real es vibración
infinita e ilimitada, es una unidad perfecta, sin fragmentos, sin espacios
vacíos, que existe en la eternidad, es decir, fuera del tiempo.
El fenómeno de contracción de la luz cósmica
que generó la creación, dio lugar a la multivariedad de vibraciones que se
precipitaron como cristales que surgen de una solución salina homogénea y
traslúcida, aparentemente separados, pero que al ser nuevamente disueltos
vuelven a ser un todo homogéneo. La mente humana ordinaria funciona como un
cristalizador que todo lo separa. La consciencia real, no la ilusoria sensación
mental de estar conscientes, funciona como un disolvente universal que logra
convertir lo separado en un todo homogéneo.
El aspirante al discipulado ha
de esforzarse por ver más allá de las percepciones mentales ordinarias, más
allá del tiempo y del espacio. Solo así logrará percibir la realidad de su
conexión con todo lo creado en un universo real de infinitas potencialidades y
posibilidades.
La mente ordinaria ha
construido la ilusión del yo, del perceptor separado. Si se ve más allá, se
descubrirá que no se trata de una conciencia individual que observa y vive un
proceso personal de evolución sino de una conciencia única que se manifiesta en
múltiples variedades estructurales, en un proceso de movimiento o cambio
continuo, fuera del tiempo, en tanto que lo observamos como creación. El
universo que creemos ver solo existe en la medida en que lo observamos. El
universo real solo es perceptible por la consciencia Unica, a la cual solo se
llega al traspasar el triple velo astral, mental y espiritual, lo cual equivale
a decir cuando desconectemos la mente de las emociones y salgamos de la ilusión
del tiempo del espacio y de la separatividad.
Como expresó sabiamente el
escritor, filósofo y poeta Ralph Waldo Emerson:"vivimos en sucesión, en división, en partes, en
partículas. Mientras tanto dentro del hombre está alma del todo; el silencio
sabio; la belleza universal, con la que cada parte y partícula está igualmente
relacionada, el Uno eterno. Y este profundo poder en el cual existimos y cuya
beatitud es completamente accesible a nosotros, no es sólo auto-suficiente y
perfecta en cada hora, sino que el acto de ver y la cosa vista, el vaticinio y
el espectáculo, el sujeto y el objeto, son uno. Vemos el mundo pieza por pieza,
como el sol, la luna, el animal, el árbol; pero el todo, del cual estas son
partes brillantes, es el alma.”
Vivamos
en actitud de permanente observación, pensando acerca del pensamiento y
vigilando el incesante vaivén del yo personal, del ego, de la mente ordinaria
con todos sus pensamientos, volando como mariposa de flor en flor, hasta que
logremos la serena expectación que nos concede el milagro de la percepción de
la Seidad o Existencia Real, del Gozo que regala la quietud perfecta y del
Conocimiento Absoluto que deriva de la comunión con el Todo.
Bendiciones
para todos,
Alipur
Karim